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Hoy, continuamos aquí, también por este medio, virtual, compartiendo nuestro recorrer en un discurso, el del psicoanálisis, discurso que nos ha tomado por su cuenta y hecho de nosotros, lo que hoy vamos siendo....

Humanos comprometidos con la vida, con lo humano, con las letras que nos acompañan y los sentidos que extraemos de ese saber oculto aunque presente, siempre, en todos: lo inconsciente.


Estos términos dicen en griego y en español, lo mismo, aquel álito de vida del que nuestra tarea se ocupa en proteger.

de ustedes,
Fernando Calle
Psicoanalista

2010/03/31

Los celos

Los celos

   Los celos como una de las pasiones más intensas que puede experimentar el ser humano y bajo cuyo efecto se pueden cometer las más disparatadas locuras, tienen su asiento en la temprana infancia, en los afectos y vivencias que permanecen inconscientes desde aquellos estadios tempranos. Aunque muchos psicólogos creen que es un mecanismo singular que tiene sus raíces en tiempos prehistóricos cuando se fundó la institución monogámica, y el cual tendría “la función particular y universal de permitir la construcción de una relación monogámica, fiel y estable “(tiempos del mundo Año 7 No 50 semana del 12 al 18 de diciembre/2002 p. 35), es para nosotros una reacción presente desde la infancia temprana frente a la amenaza de perdida por desplazamiento del o los objetos amorosos.
   Sería difícil de rastrear científicamente si decimos que fue un mecanismo empleado en épocas pretéritas y luego somos todos y cada uno herederos del mismo, lo que con evidencia muchos podríamos refutar ya que conocemos sociedades poligámicas como la islámica por ejemplo; o si es un mecanismo propio de todo ser humano con base en la historia singular infantil, el cual da origen, en algunas culturas, entre ellas las occidentales, a la relación monogámica. En el trabajo investigativo desarrollado en la consulta analítica, del caso por caso, se hace más evidenciable esto último.
   La primera situación, en cambio, nos dejara por fuera de toda posibilidad de acción modificadora, nos constriñe a un único camino: es algo heredado y no hay nada que pueda hacerse, cuando más se podrán crear medios paliativos, pero nunca superables de la tendencia celotípica, tan poderosa en ciertos sujetos; además que nos saca de toda posibilidad de poder corroborarla en un trabajo investigativo.
    Otro argumento que refuta aquello del mecanismo monogámico de los celos es que los celos no se reducen ni pueden ubicar únicamente en las relaciones de pareja, por el contrario rondan todo tipo de relación humana. Así se presentan entre hermanos, compañeros de trabajo o de estudio, amigos y aún, con el conocimiento, el deporte, entre otros.
    Los celos están motivados por factores múltiples del orden inconsciente; factores que pueden cobrar predominancia, de modo unilateral, en un momento dado; que pueden combinarse entre sí o complementarse.
    Antes de proseguir definiremos los celos como una reacción manifiesta o no frente a la posibilidad real o fantaseada de perder el objeto amado y los beneficios que en la relación con el mismo obtenemos. Reacciones que pueden variar desde una actitud indiferente en apariencia, hasta ataques furiosos contra el ser amado o contra aquel o aquello que sentimos, nos disputa la posesión o favores del objeto. Tomando en cuenta que objeto aquí es todo aquello que atrapa nuestro interés, así definimos por objeto una actividad, un sujeto, un bien material, entre otros.
    En toda relación humana se presentan los celos en tanto estas reeditan unas relaciones de la infancia temprana caracterizadas por la rivalidad y la competencia por tanto, por el amor de la madre, por el amor del padre, el de éstos frente a la aparición de un hermanito; el del hermano, en relación con otro, sentido como rival.
    En otros términos, todos los seres humanos en la medida que somos demandantes de afecto, no queremos perderlo, una vez lo hemos conquistado. Sentimos en peligro el amor conquistado en mayor o menor medida, con mayor o menor intensidad, como decíamos, por factores múltiples: hay unos celos que son connaturales al amor y es que cuando amamos a alguien lo convertimos en depositario de buena parte de la libido o energía psíquica nuestra, por lo cual queda el yo nuestro empobrecido, lo que nos lleva a sentirnos poca cosa frente a alguien o algo que nos quiera desplazar en relación con el mismo. Pensemos en los tiempos en que hemos estado enamorados: nos centramos en el otro, en lo que dice, hace, en sus rasgos y expresiones; cuando estamos con él, y cuando no, le recordamos, imaginamos qué estará haciendo, con quien estará, como le habrá ido, que decirle al reencuentro o, a donde invitarle.
    Significa ello que la energía psíquica está prácticamente dispuesta para el objeto, en buena medida, nos sucede algo así como quien teniendo dinero, lo ha invertido en títulos de valor, no puede disponer de éste y luego tiene que sentirse pobre, su capacidad de compra se ha reducido considerablemente; sólo que en el caso del enamorado el sentimiento de pobreza y limitación se da como una imposibilidad de poder apreciar con justeza los atributos y valores propios, por lo que es fácil que se vea en desventaja frente a un tercero y en riesgo de ser desplazado por el ser amado, en quien imaginamos, puede preferir al rival nuestro.
   En el estado del enamoramiento tiende a revivirse, además, la situación del conflicto edípico, en donde el niño o la niña queriendo conquistar el amor exclusivo de papá o de mamá se enfrentan a la existencia de un rival potente, al que sintió, sin lugar a dudas, muy superior a él o ella. En otras palabras, la situación del conflicto edípico le puso frente a un competidor o competidora con el cual las posibilidades de derrotarle, eran bastante remotas. En tanto más se intensifique la reviviscencia de tal conflicto en una relación cualquiera, mayor tendrá que ser la intensidad de la angustia, la grandeza del rival, real o fantaseado, y mayores serán los riesgos de reproducir una relación puerilizada, caracterizada ésta por una desconfianza grande hacia el ser amado, pensando que nos habrá traicionado en cualquier momento, al punto que pensamos que no es sino que nos descuidemos, para que el otro u otra ya esté jugándonosla o las infidelidades; caracterizada por los celos, la mayor parte de las veces infundados, es decir, sin causa real, y por la rivalidad con todos aquellos que osen acercarse a nuestro ser amado, viéndoles como enemigos que hay que atacar o contra los cuales hay que sentar algún precedente de orden agresivo.
    No sólo se viven los celos puerilizados con respecto al ser amado, también existen, y son muy comunes los celos profesionales, en donde vemos rivales por todas partes, posibles adversarios que nos pueden desplazar en el ejercicio de nuestro cargo o funciones, lo que algunas veces nos lleva a proceder de manera mezquina frente a compañeros y subalternos. Es un poco de lo que patrocina la sociedad capitalista donde el otro antes que un aliado o un posible colaborador no es más que un competidor al cual hay que salirle adelante, antes de que nos lleve por delante. Allí la vida no es una posibilidad para la realización singular y colectiva, sino una pista de carreras donde lo que hay es que, ser el mejor aún por encima del semejante, esto es, sin importar si nos llevamos al otro por delante.
    La reviviscencia del conflicto edípico en las relaciones posteriores a las de la infancia, nos hace también virar de unas fantasías amorosas hacia la madre a unas fantasías amorosas hacia el padre, de tal manera que los objetos amorosos aparecen unas veces como los que no queremos perder por nada del mundo y otras veces aparecen como rivales frente a un tercero posible.
   En un nivel manifiesto puede aparecer la escena de celos, riñéndole a alguien por dedicarle más tiempo a otros, al trabajo, al deporte, pero en el fondo, puede no ser mas que el enojo, porque no hemos sido nosotros los que hemos estado en su lugar, le sentimos como quien nos arrebata aquello que deseamos sea nuestro y de alguna manera no hemos logrado y ni siquiera hemos intentado conquistar, por represión, por ejemplo, de la homosexualidad. Se ve claro esto, allí, cuando el amante encuentra o descubre en flagrancia de infidelidad a quien dice querer tanto y no ataca al rival sino que ataca es, a quien esta en el papel de pareja. En parte es verdad el enojo allí por la decepción fuerte que le ha dado, el enojo por verse traicionado, pero si se ama por encima de lo que se envidia, no ataca uno a quien ama de entrada, la tomará contra quién es percibido como rival y representa una amenaza para la pervivencia de la relación.
    Tenemos de aquí que una envidia fuerte puede revestirse de ataques de celos: se quieren defender los atributos y posesiones del otro o de la otra para conquistar aquello que en el fondo se desea pero no se reconoce de manera consciente. Así hay quienes, reprimiendo su homosexualidad, hacen pareja heterosexual, en parte como defensa contra las tendencias internas de tal orden y se la pasan reprochándole y aún agrediendo a la otra u otro por, como camina, como mira, como viste, como conversa, como se relaciona, como piensa, las amistades que tiene, entre otros motivos; bajo la excusa de que parece esto, que parece lo otro, que es que no quiere que nadie le mire, nadie le hable, porque dice que le remuerden los celos; en realidad puede que no sean los celos, tal vez sea la envidia, querrá que aquello que no puede lograr para sí, otro u otra tampoco lo tengan.
    Para hacer síntesis, una diferencia básica entre la envidia y los celos es que en la primera se ataca al objeto por sus cualidades, atributos y valores, mientras que en los celos se ataca es a quien amenaza con desplazarnos con respecto del objeto de amor nuestro, quitarnos el lugar o condición de privilegio.
    Otra de las fuentes de los celos es la infidelidad fantaseada y/o actuada que ha sido reprimida y proyectada sobre el objeto, en un “yo no soy quien quiere traicionarte, eres tú quien me traiciona” y entre más fuertes se hagan las fantasías internas y más frecuentes las actuaciones de la misma (sobre todo cuando se actúa por compulsión), mayor es la tendencia a sentirse traicionado, convirtiéndose en delirio en muchas ocasiones, donde el sujeto encuentra evidencias por todo lado. Claro que suele suceder ésta también, cuando son las fantasías homosexuales objeto de represión, pues se desea a un objeto que, se supone; el celado desea, en otros términos, se cela al otro para impedir que éste se relacione con quien se desea tener o conquistar, no para evitar el riesgo de perderle.
   Quien se conduce en su fantasía, y con algunos actos quizá, de modo infiel, y en la medida que no puede reconocer en sí mismo tales tendencias, y aun reconociéndolas en parte, tiende a comportarse de modo celoso, creyendo ver y oír cuestiones que siente como amenazas a su posición frente al ser amado. A veces ocurre que el otro u otra son en realidad infieles, y es ahí donde más insoportable tiende a tornarse la relación, sobre todo para quien resulta más sensible en este sentido, y/o da con un infiel sádico que no se contenta con estar con alguien más, si no que se lo pasa por el frente.
    Hay en toda relación un deseo de exclusividad, ser los únicos en la relación, y si no, por lo menos ser los más importantes. Cuando esto se acentúa hay una tendencia a querernos apoderar del otro, que sea un reemplazo de la madre ideal que siempre quisimos tener: alguien centrado en nosotros, que sólo existe para atendernos, cuidarnos y hacernos valer ante el mundo, que no se separe ni un instante, o si lo hace, sea girando en torno a nosotros mismos. Cuando en las relaciones no admitimos o nos enojamos cada vez que el otro u otra, sea amigo, hermano, padre o sustituto, u otro mira a alguien o le presta atención a alguien, es porque queremos que exista para nosotros exclusivamente. Que ponga a girar su vida alrededor nuestro. Allí no hay amor, hay manipulación narcisista: nos sentimos el ombligo del mundo y queremos que los demás nos traten como tales. No estamos teniendo en cuenta más que nuestro propio deseo y queremos, de modo caprichoso, que los demás renuncien a ellos mismos, a sus deseos, relaciones y aspiraciones para que se pongan al servicio nuestro.
    Aquí caemos la mayoría, por lo menos en lo que respecta a la relación de pareja. Queremos que el otro haga lo que pretendemos, determinamos con quien y a que hora relacionarse. Convirtiéndose la relación en un medio más de opresión, a veces exagerado, en donde el otro u otra tiene que renunciar a sus relaciones y aún a su  realización personal dizque como prueba del amor que nos ofrece.
    Una cuestión que resulta ser la otra cara de esto, es la fantasía de algunos amantes que quieren y aún tienen la ilusión de copar al otro/a, de brindarle todo, que se sienta tan satisfecho/a saciada o saciado que no necesite más, y por tanto, no tenga que buscar a otros/as, otras distracciones, etc. Así dicen algunas señoras “ah, es que él no tiene nada que buscar en la calle, aquí lo tiene todo”. Lo entregan todo en la relación, convirtiéndose en unas madres “ideales” para que el otro no tenga motivo de ir a dejarles o, ir a traicionarles y luego se ven enfrentadas a decepciones amargas, pues nadie puede llenar a otro ciento por ciento. Dijéramos que la personalidad es como un poliedro y en cada arista puede encontrarse compatible con diversos sujetos, de tal manera que una arista, reclama unas situaciones y sujetos que hasta se contrapone con otra faceta. Alguien, por más compatible que sea, llenará, cuando más, dos terceras partes del poliedro que es el otro, pero nunca le colmara.
    Ese deseo de colmar es la proyección de un amor narcisista absorbente: quiere que se centren y sacrifiquen por él o ella y adopta el papel activo, suponiendo que sabe lo que el otro u otra desea. Así los sujetos que se entregan de un modo “completo “- y lo decimos entre comillas porque no es así en tanto el otro u otra no se acomodan a su posición- vienen las protestas. Es decirle al otro implícita y aún explícitamente “yo te doy todo, no me vayas a traicionar, te colmare de atenciones y cuidados” y luego aquel aprovecha para  ”parasitar” o sencillamente, no puede responder a lo que el otro pide, tal vez su patología o sus condiciones se lo impidan.
    De otro lado, ese deseo de colmar al otro tiene otra cara y es la de sentir que se necesita al objeto para vivir, internamente el sujeto siente que aquel es irremplazable, “dónde voy a conseguir a alguien con sus cualidades” decía alguien en análisis, y en al medida que se convierte al otro en una parte indesligable de la vida propia se busca asegurar su presencia, su amor y consideración mediante un centramiento en él o ella, a tal punto que busca anticiparse a lo que aquel quiere o necesita, aún bajo el sacrificio de los propios intereses y aspiraciones. Es una posición narcisista donde el sujeto aspira, inconscientemente, que la imagen que da al objeto le sea devuelta, es decirle “vea, así como yo soy con usted es que quiero que usted sea conmigo”, una imagen que intenta reproducir por contagio emocional. El problema es que ello se hace bajo un estado de depreciación de si mismo, de las capacidades y cualidades propias y por presión de una parte interna que no solo le reclama una ocupación continua del objeto, sino que, también le critica y descalifica los esfuerzos que hace, haciéndole sentir cada vez menos merecedor del amor del objeto. Aquí el superyó que se ha vuelto particularmente cruel y exigente se ensaña sobre el yo haciéndole sentir singularmente pequeño y carente, le compara con los demás encostrándole y humillándole por sus limitaciones. Si nos detenemos un poco veremos una dependencia con el objeto que reproduce la situación del bebé frente a la madre, lo que explica la necesidad inminente del objeto y nos da a entender que prima en la relación no el amor si no la necesidad.
   Como ya se planteó, es propio de las relaciones Interhumanas, los celos. Sin embargo hay grados enfermizos, o mejor, se hacen enfermizos cuando sobrepasan cierto límite. Su trasfondo es un sentimiento inconsciente de inferioridad en el cual actúa un superyó sádico que va martillándole al yo masoquista, de un modo casi permanente, sobre las limitaciones, errores y fallas suyas; lo está comparando de modo más o menos continuo con los demás, le señala lo pequeño e insignificante que es con respecto al ideal que también le exige cumplir o alcanzar.
    Ese sentimiento de inferioridad mantenido por las relaciones internas entre el yo y el superyó, hacen sentir al sujeto, en lo manifiesto, inseguro de las posesiones y atributos propios, es por ello que se va a sentir poco digno de ser amado/a, piensa que los demás si merecen que se les quiera, que los otros si reúnen las condiciones para ser reconocidos, admirados y queridos. El retintín de esa parte que le acusa y le tacha de indigno o indigna le lleva a un estado de angustia o, mejor, despierta los estados de angustia que en la infancia vivió ante la posibilidad imaginada o real de perder el amor, la protección, atención y los cuidados de los padres. Así al sentirse tan poca cosa piensa que cualquiera puede ser mejor que él o ella y más amables, por tanto.
    La rivalidad es vivida de manera muy temprana por el niño y se hace bastante intensa en muchos casos, y ante la cual responde con fantasías variablemente intensas de aniquilación contra quien viene a quererse apoderar del objeto amado. Bueno, en parte, no es que los que son sentidos como rivales se quieran apoderar del objeto, si no que el niño al querer apoderárselo, cree que los demás vienen con el mismo propósito. De igual manera, quiere acabar con el que siente como rival y luego tiene mucho miedo que sea el rival quien vaya a aniquilarle.
   El sentimiento de inferioridad en el niño y en el adulto, sea muy fuerte, o sea moderado, corresponde o es recíproco con las fantasías destructivas que hubo de experienciar el niño desde los meses primeros en relación con el pecho y la madre, las que reprodujo después en relación con otros objetos que hubieran de reemplazar a aquellos, es decir, igual fantaseará el adulto acabando con los objetos actuales de relación, de los que cree que pueden llegar a descubrir sus impulsos y castigarle cambiándole por otro u otra, o abandonándole.
    Cómo podemos ver, se deriva el sentimiento inconsciente de inferioridad de una gran culpabilidad. Afecta este, como se habrá de ir notando, más allá de las relaciones de pareja, es así como hay quienes se sienten traicionados por la esposa o el esposo, los amigos, los familiares y la vida misma; como también hay quienes no se sienten dignos de las relaciones, cualquiera que sean, piensan que son prescindibles y que en cualquier momento les pueden cambiar por otra sujeto u otra cuestión (la ciencia, el deporte, el arte,…) se asombra cuando alguien le brinda afecto o le reconoce lo importante que le resulta en su vida, o cuando le reconocen algún valor.
   Bajo ese sentimiento de inferioridad, se vive en un mar de incertidumbre porque además de que se quiere conservar a los objetos, en tanto los necesita y demanda amor de ellos, se ve en desventaja frente a la mayoría, si no frente a todos.
    A pesar de que ese sentimiento de inferioridad tan potente constituye una expresión de la autovaloración inconsciente en exceso empobrecida, tiene otra cara de trasfondo, es la situación inversa de sobrevaloración de si mismo o de una parte de sí mismo, la cual aparece en los momentos y periodos quizá, de exaltación maniaca, en donde el sujeto siente que no necesita de nadie, que puede echar a todos al carajo, “al final no sirven para nada, son muy poca cosa, no merecen nada”. Lo que quiere decir que es en los estados depresivos donde se identifican de un modo total con el objeto maltratado y despreciado, al punto que se confunden con él. De tal modo, cuando el sujeto deprimido dice “es que no valgo nada, no sirvo, debería morirme”, psicoanalíticamente entendemos que ese desprecio radical va dirigido es a otro que figura en la esfera de las representaciones de los objetos tempranos y, tal vez esté representado en algún objeto externo con el cual esta en conflicto actual. Esto se da aunque en apariencia el sujeto nos dé razones de gran peso para justificar los auto-ataques.
    Claro que la minusvalía que nos refiere el depresivo tiene también que ver con el bebé quien se sintió muy poca cosa en relación con la madre de quien dependía en absoluto y a quien temía perder, sentía que sin ella no podía vivir. En le estado depresivo cobra fuerza el temor a perder al objeto sustituto externo, a la vez que la culpa hace sentir que no se lo merece. Una parte interna suya le dice algo así: tu no mereces nada de las bondades del objeto, eres indigno/a de él; mientras que otra parte sufre la angustia mas potente al sentir el riesgo inminente de perderle.
       Para que nos ubiquemos mas o menos en la situación pensemos en el enamorado que siente que sin el amor del otro/a no puede vivir, y si vive, todo perdería sentido para sí, pero le consterna el hecho de sentir que su objeto tiene razones más que sobradas para abandonarle, cambiarle o echarle al olvido. Ya imaginaremos por qué es tan fuerte la angustia en estos casos, pues es enfrentar el vacio, la muerte misma con la perdida del objeto. Es por ello que al sujeto le entra el desespero con solo imaginar la perdida y quiere asegurar la presencia del objeto, así sea obligándole a permanecer a su lado, a asegurarse la continuidad de la relación inspeccionando todos sus movimientos y pidiendo cuentas de un modo o de otro. Cuando esta situación se va al extremo, surge la obsesión: deja de hacer sus cosas para seguir y vigilar a su objeto, siente una gran angustia al no estar a su lado temiendo que no regresará, que le saca el cuerpo, que le miente para ir con otro/as, por lo que si no le esta llamando, se aparece de repente, pone vigilantes o indaga en extremo a la hora de los encuentros, cuando no es que combina esas reacciones en medio de la inseguridad sentida.
    Se presentan dos actitudes frente a los celos: una es el reclamo mediato o inmediato y hasta la escena pública de celos, muy intensa y común entre los enamorados. La otra, es la de la negación de los celos que se manifiesta regularmente con una actitud de indiferencia, con un no me importa.
   En la situación primera hay grandes ventajas para la sujeto, entre ellas el que pueda desahogar su rabia y su dolor, llegando a poder hablar y aclarar las cuestiones, las que pueden obedecer, muchas veces, a malos entendidos o pueden basarse los celos en supuestos del sujeto que esta prevenido/a ante la posibilidad de una traición. Prevención que les suele llevar a ver y oír cuestiones donde no las ha habido.
   Otra ventaja es que cuando sobrepasan los celos ciertos límites, pueden ser reconocidos como un problema muy personal, si la tendencia no es a echarle la culpa a los demás, lo que es básico en la búsqueda de ayuda adecuada para superar la situación.
    La otra posición, la de la negación, resulta bien desventajosa para el sujeto porque además de atragantarse con su enojo, tiende a no buscan ayuda. Este tipo de sujetos tiene temor a que le vean como un celoso y a que le tilden como tal, no quiere molestar a los demás con sus problema y tiene temor al rechazo, se siente indigno del amor de los otros y siente que si les reclama o reconoce los celos ante ellos, se pone en mayor desventaja aún, de la que ya siente. Por otro lado, si busca ayuda, los demás van a darse cuenta y eso va contra la imagen que quiere reflejar: de alguien tranquilo, que pone poco problema, seguro de lo que tiene.
    En la negación de los celos está también la posición activa donde operan un es mejor despertarlos que sentirlos. Es el caso del sujeto que se conduce de un modo defensivo en la relaciones: cree que el otro u otra va a traicionarle, hacerle infiel o a cambiarle por alguien más, haciéndole sufrir, y se anticipa al asunto saliéndole adelante para hacerle sentir aquello que imagina que el otro le pudiera imponer, en forma de sufrimiento por los celos despertados.
   Los celos se hayan fundamentados, en muchas ocasiones, también en unos deseos homosexuales propios proyectados en el objeto del amor nuestro, donde al no reconocer el deseo hacia la sujeto del propio sexo lo ponemos en otros, quedando completamente deformada la percepción de la realidad, percepción que nos lleva a un grado indiscutible de certeza en cuanto a la traición de que nos creemos o sentimos objetos, a veces al punto que caemos en situaciones extremas como el delirio, en donde no sólo a percibimos distorsionada la realidad, sino que además aquello que hemos imaginado lo damos por cierto.
   ¿A qué se debe el delirio celoso? A la puesta en escena, a través de otro, del deseo homosexual propio. Así el hombre que abriga deseos homosexuales fuertes y se pelea con ellos reprimiéndolos, verá en su mujer una traidora más o menos constante, operando un “no soy yo quien desea acostarse con los hombres, es ella la que lo desea” y en el delirio es: “no sólo lo desea también lo hace”. Aquí mencionamos el ejemplo del hombre, pero funciona de un modo semejante para la mujer: “no soy yo quien quiere a las mujeres, es él ”o un poco también la posición masificada “ los hombres son infieles” cuando se descubre que es ella la que se diría ”con tantas mujeres tan bonitas y amables yo no sería fiel a ninguno”.
    En parte, esos deseos homosexuales reprimidos dan origen a unas formas de relación que en algunas ocasiones alcanzan dimensiones de extremos enfermizos, en donde se encierra al otro/a para que no vaya a jugar infidelidad alguna. En donde el sujeto no solo se siente traicionado, además lo vive como tal, y entra a actuar como si sucediera en la práctica, aún allí donde las probabilidades son pocas, es el caso del hombre aquel que levantaba a la mujer a medianoche a golpes que porque le traicionaba por detrás de la cama y la cama daba a la pared junto a la cual la mujer dormía.
    Pasando a otro aspecto, quien quiere cela, ya decíamos por aquello de que no quiere perder su conquista. No corresponde, empero la dimensión del amor a la dimensión de los celos, unos celos moderados benefician la relación, pues hacen que nos sintamos un tanto inseguros en la relación y que busquemos brindarnos, que busquemos conquistar instante a instante al otro, unos celos elevados son signo claro de la enfermedad psicológica y no benefician mucho las relaciones, pues el sujeto en medio de los celos agobiantes se dedica a atormentarse y/o a atormentar a los demás con supuestos, sus escenas de celos, sus reclamos, sus críticas, lo que deja poco espacio para el disfrute y la conquista permanente que requiere una buena relación.
    Algunos sujetos temen y les horroriza alguien celoso, por lo que evitan, a toda costa, relacionarse con alguien así, puede ser ello una manifestación, algo que deja ver cuán celosos son en el fondo. Son celosos, reprimen la cuestión y luego temen ver reflejada esa parte suya en otros sujetos. Atacan y desprecian al celoso sin darse cuenta que en el fondo es esa parte suya la que no quieren aceptar, y aunque lo quisieran, no pueden.
    Cuando la tendencia es a reproducir el conflicto edípico en las relaciones de adulto o posteriores a la infancia, se presenta el masoquismo o el sadismo celoso. En el primer tipo hay un sensación de que se esta con la pareja de otro, pues en el conflicto edípico hay un otro siempre real o supuesto, ese otro siempre esta de una u otra manera, y muchas veces se busca instalar relaciones con sujetos ya comprometidos, viniendo el sufrimiento a como dé lugar, en tanto se ha de pagar por robarse a la madre o al padre representados en ese objeto actual. Se siente el tormento de los celos como el castigo que ha de pagarse por desear y estar con alguien prohibido. Para el caso del sadismo celoso, se invierte el asunto este, es decir, se busca maltratar a un tercero despertándole los celos, sea ya porque se instale en una relación con alguien comprometido o porque instale un compromiso con alguien a quien maltratar despertándole los celos.
Fernando Calle.
Psicoanalista
Consultorio: 2168484

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