por
Fernando Calle valencia
psicoanalista
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“Los enfermos ignoran por completo
que su enfermedad obedece a un propósito”
K.Stephen
Nos han enseñado que la enfermedad psíquica o corporal es un acontecimiento que obedece a ciertas causas o agentes, que la enfermedad hay que intervenirla para que deje de afectar o tener efecto de estrago sobre el enfermo, sobre el núcleo familiar que resulta también perturbado, y que dicha causalidad es ajena al implicado, es decir que el enfermo es una víctima pasiva a la cual hay que ayudar, socorrer o como mínimo, prestarle una asistencia, bien para no abandonarle a su suerte, evitándole el sufrimiento o, en el mejor de los casos, ofrecerle un método, una pócima para su curación. Se sigue viendo la enfermedad como “algo que cae”: “le cayó la gota, la diabetes…” No nos diferenciamos mucho en estos tiempos tan modernos de los antiguos: las enfermedades eran castigos y hoy lo siguen siendo.
De lo que no nos damos cuenta psiquiatras, médicos, psicólogos, es que en toda enfermedad interviene lo psíquico, intervención que desde el psicoanálisis llamamos implicación subjetiva del afectado o más exactamente lo que podemos nombrar como deseo de enfermar.
Habrá de tomarse en cuenta que el deseo es fundamentalmente inconsciente y que tiende a realizarse restableciendo las leyes del proceso primario, los signos ligados a las primeras experiencias de satisfacción (Laplanche y Pontalis, 1964). Lo que nos da a entender que no se trata de lo que nombramos de forma corriente como deseo, confundiéndolo con lo que se quiere. Se trata de lo que se constituye como una especie de engrama que se activa según las leyes del desplazamiento y la condensación, la figurabilidad y el principio de displacer placer, leyes fundamentales del proceso primario y, al reactivar los signos que acompañaron la satisfacción más temprana en la vida del sujeto: la imagen del objeto, la huella de la satisfacción temprana y la imagen motriz del movimiento. De tal modo cuando hablamos del deseo de enfermarse, estamos nombrando un proceso que actualiza una forma específica de articular la demanda ligada al deseo, en tanto todo deseo conlleva una demanda, siendo ésta una demanda de afecto, dirigida de forma necesaria a un objeto, sea este primario o subrogado del objeto arcaico.
Dicha demanda, como ya se habrá advertido, está ligada a los signos que acompañaron una satisfacción primera, signos que no necesariamente tienen que ser del orden positivo, están articulados a los matices que pueden ordenarse alrededor del encuentro con el objeto, dependiendo muchas veces del estado afectivo de aquel: si la madre siente al niño como un estorbo, como un bien que la plenifica, si constituye una amenaza para sus aspiraciones y propósitos, entre otros, y en qué medida también puede haber una inclinación del neonato a confundirse con el objeto o a aquel a confundirse con el niño. Sin embargo, no hemos de dejar de lado el hecho vivencial, de cómo el niño siente la satisfacción y cómo asimila la relación con el objeto que la propicia.
De este modo podemos nombrar la enfermedad como una interpelación a otro de la infancia o su remplazo, el cual es sentido como insuficiente, como quien ha impuesto una serie de privaciones, restricciones que con su huella negativa o traumática indeleble se reproducen con efectos igualmente adversos, en este caso sobre la salud somática y psíquica. Es decir, los resentimientos infantiles tempranos van a tender a reaparecer en la vida posterior de diferentes maneras: comportamientos atrabiliarios, actitudes destructivas y antisociales, como también pueden retornar en una vuelta contra sí mismo en la enfermedad psíquica o somática. Definiríamos así a las enfermedades como un mal en cuerpo extraño, esto es, un mal que se desea ocasionar a alguien, resulta el sujeto sufriéndolo en carne propia.
Resentimiento que puede constituirse en causa y razón de la existencia, en cuanto el sujeto vivirá para cobrarse el mal de que se cree haber sido víctima y donde el fracaso de la salud resulta siendo el triunfo sobre el objeto, medico, medicamento o especialista, el sistema de salud. No es más que la dinámica que se genera al interior del sujeto, quien no pudiendo triunfar en la vida, lo hace como una inversión o transformación en lo contrario : el deseo de triunfo aparece como un empuje al fracaso, empuje que parece más potente en tanto más fuerte pueda ser el deseo de triunfar.
Esto viéndolo desde lo manifiesto, pero mirándolo desde el fondo de la realidad psíquica, sería lo contrario: el fracaso como un triunfo, el cual, visto desde el superyó, no es más que la demostración de la insuficiencia de un yo que creyéndose omnipotente, juzgó que podía dominar toda circunstancia y negando la castración se había declarado omnipotente. Visto desde la relación objetal, es el triunfo sobre el objeto al cual se le ha declarado insuficiente, siendo el fracaso una demostración de que no ha ofrecido lo bastante como para que aquel, el sujeto, pueda triunfar. La enfermedad o mejor, el fracaso en la salud, sería en parte, ese reproche hecho síntoma, esa insuficiencia confirmada y constatable en la dolencia y sus respectivas manifestaciones.
Sin embargo, no podemos dejar de lado que algunas dolencias también están atravesadas por la demanda sexual dicha en propiedad, donde el sujeto produce una enfermedad como una sustitución de una relación sexual prohibida y donde la demanda que encarna la misma, encaja muy bien en el contexto de la relación con el médico o terapeuta, como sustitutos de los objetos infantiles, donde la demanda de afecto, de atención, de escucha queda rápidamente discernible. En estos casos el sujeto reconoce su demanda y busca la ayuda pertinente. A pesar de ello no quiere decir que el daño que el sujeto se produce no involucre la dinámica arriba planteada, pues aunque lo sexual aparezca en un primer plano, esto se halla en lugar de la causa “visible”, mientras cubre un mensaje para el objeto: “me hace daño al no satisfacerme, si me diera placer no estaría padeciendo este dolor, esta gripa recurrente, esta migraña insoportable…sufro por su causa, sufra conmigo” en una dirección, porque en otra sería: “le hago sufrir en mí, el tenerme insatisfecho”.
No se puede desestimar la “buena conciencia”, las intenciones positivas, los propósitos irreprochables de quienes buscando hacer el bien resultan al vaivén de los designios del inconsciente y terminan justificados en intereses externos. Intereses que además se ven evidenciados por la causa humanitaria, los fines altruistas de sus acciones.
Que las facultades de medicina forman médicos para suplir las demandas en salud de la sociedad, eso es incuestionable; que los médicos se forman sólo para beneficiar a los usuarios de sus servicios, o que lo enfermos buscan curarse, como mínimo mejorar su estado de salud en deterioro, eh ahí nuestra posición problematizadora, pues del mismo modo que el medico puede desviar el sentido de su práctica, el llamado paciente puede torcer el fin de su demanda. Tanto el uno como el otro se ven supeditados a la realidad inconsciente y pueden terminar entrampados en el juego de oferta y demanda, desde el punto de vista económico, esto es, se distorsiona, en la lógica capitalista el sentido de la práctica médica, convirtiéndose en una mercancía que se ofrece al mejor postor, mientras el paciente entrará en la lógica de la denuncia, donde su cuerpo y su sufrimiento en general, resultan ser los medios para “hablar” de lo que no funciona, pone la enfermedad y sus síntomas, muchas veces, como vivo testimonio de lo que no marcha del estamento médico y del sistema de salud en general.
Así las cosas, la enfermedad y su recalcitrancia, la refracción a los tratamientos, pueden resultar siendo la “voz de protesta” del paciente que antes que curarse quiere declarar en contra de la perversión de la medicina, los procedimientos médicos y la manipulación de las casas farmacéuticas, las aseguradoras en salud, entre otras. Con la desventaja que no se da cuenta del juego en que se ha metido y sacrifica su bienestar para mantener vigente una apuesta que de otro modo, tendría todo el sentido. Se sacrifica para quedar sumido en un imposible: hacer reaccionar a quienes le toman como un “caso” complicado.
Es de aclarar que no solo la “denuncia” da forma a la enfermedad de muchos pacientes y al deseo, antes que de curar de estar y permanecer enfermos, pues cada formación sintomática, como lo propone Freud tiene su asiento en lo que él llamó la multi-determinación de lo inconsciente, donde unos deseos se camuflan en otros, algunos se hacen representar en aquellos que pudieran tener mayor potencia sumándole su fuerza, mientras habrán los que delegan su cometido.
El deseo de enfermar así como el deseo de morir es, sin lugar a dudas, también una forma de ubicarse el sujeto frente a lo que significa la existencia: ir por la vida como un enfermo y creer que así se resuelve la posición frente al otro, la sociedad, la existencia.
Morir es una manera extrema de situarse frente a la existencia, es la declaración de soberanía acerca de lo que significa existir y sobrellevar lo que para muchos es una carga insoportable. El cometido de la medicina es preservar la vida y hacer todo lo que este a su alcance para mejorarla, es una posición ética loable, pero ¿Cuántas veces es más ético dejar morir al sujeto, sobre todo cuando aquel muestra a las claras que no quiere seguir viviendo o que prolongar la vida puede ser una tortura para él? ¿se pregunta el médico o el sistema de salud por el deseo del llamado enfermo por querer estar bien, por querer vivir? ¿Cuántas veces el sujeto que escapa a la enfermedad se precipita a una muerte trágica, por agresión o por algún accidente?
Ser el enfermo crónico, por otro lado, el desahuciado, el reincidente, el desvalido es una elección inconsciente, así como lo es ser el frustrado, el pobrecito, el incapaz, el de malas en la vida. Cualquiera de esas posiciones es una manera de ubicarse en el contexto, le ofrece al sujeto, como propone Karin Stephen, “un modos vivendi que marcha aunque costosamente” (1960). Lo que quiere decir que el sujeto no tendría intenciones más que mejorar en sus síntomas y curarse de su dolencia y para ello hace procesos terapéuticos, visita médicos y especialistas, se aplica en los regímenes alimentarios que se le proponen, pero otra cosa es lo que dicta su propia realidad interior, la del deseo ¿Qué terapia podrá mejorar al que no lo desea? ¿Qué recursos familiares o públicos alcanzarán para tratarlo? Desde allí, necesita los síntomas por factores variables y que se conjugan entre sí: la ganancia primaria y secundaria de la enfermedad, la culpabilidad y la demanda inconsciente de castigo, las identificaciones, las deudas familiares y quizá sociales (si los demás sufren yo no tengo derecho a estar mejor que ellos), los aspectos sexuales reprimidos de exhibicionismo por ejemplo, entre otros.
Entonces curarse o, mínimamente mejorar, en sus formaciones sintomáticas va a resultar un factor más que positivo, adverso al equilibrio que cree el sujeto haber conquistado con la enfermedad, de ese modo curarlo es exponerlo a una crisis, quizá irremediable o irreversible.
Así nos dice Stephen, “es completamente cierto que los pacientes neuróticos luchan con todo su poder para conservar sus síntomas” (1960, p13). De tal manera que enfermarse es más que una elección inconsciente, una salida menos dramática frente a un conflicto mal resuelto, en tanto le enfermedad se constituye en un mal menor, en relación a lo que podría sobrevenir si el sujeto no se acogiera a ella, en términos jurídicos es un mal arreglo, mejor que un buen pleito, mucho más cuando el sujeto sabe que perdería el pleito con esa parte interna que le amenaza con aniquilarle, si no se sometiera, parte que es como si le permitiera vivir pero pagando el tributo de la enfermedad.
Esta realidad psíquica nos advierte de la necesidad de articular a los tratamientos médicos, procesos terapéuticos psicológicos para que en realidad tengan eficacia, pues de otro modo se cae en la concepción mecanicista de la intervención médica. Pensar que solo se hace la operación, recetar o aplicar el tratamiento o realizar la técnica para que eso haga efecto, sin tomar en cuenta lo que se puede estar dando en lo inconsciente, es caer en la fenomenología somatosa de un sufrimiento que es más profundo, es quedarse en un asistencialismo cómplice de la destructividad propia que se moviliza en cada paciente. Sin querer decir que ha de forzarse al paciente a despertar el deseo de curarse, más bien es proponer que si se abre la mente a lo que del deseo pueda estar articulado al padecimiento del semejante, se abren nuevas posibilidades, porque es mas o menos como lo que nos propone Luis Chiozza: “Para ver no basta con mirar. Solo podemos ver cuando tenemos una idea de lo que busca la mirada”. (2005).
En este último sentido viene a ponerse en juego la ética del médico, el terapeuta y todo aquel que hace intervenciones en salud, ya que es bajo la condición del reconocimiento de la subjetividad o realidad inconsciente en sí mismo que puede darle importancia a la misma en sus consultantes. En otros términos, en la medida que el sujeto reconoce su deseo inconsciente, puede advertir en el semejante su operancia y por ende, darle cabida a su manifestación; si por el contrario se trata al paciente como un aparato que solo puede ser intervenido con sustancias, intercedido por procedimientos quirúrgicos, se le reduce a un mecanismo desarticulado de su propia vivencia y experiencia vital, es como arrancársele de lo que constituye como ser de sentido y de lenguaje.
Procediendo en consecuencia con el deseo el médico o el profesional en salud no están ya comprometiendo su posición en relación con el paciente y condicionándola por tanto, se trata de reconocer el deseo de enfermar del paciente y poder ofrecerle la mejor alternativa: algo de escucha, remitirle a quien pueda tratar su deseo, interrogarle y quizá confrontarle en su “necesidad” de enfermar o mantener la enfermedad.
Pensar en ello es advertir la posibilidad de que también el medico se entere de que puede anticipar qué tipo de paciente tiene al frente para que su efectividad sea superior y para ello requiere adentrarse en su historia personal, no solo en su prontuario médico, aunque este puede ser un instrumento que le permita ubicar aspectos para apuntalar el diagnóstico y establecer el pronóstico más apropiado para el caso.
Por otro lado, hay que pensar en las intenciones del médico o terapeuta, puede que sean muy buenas, al punto que se esmere en extremo por hacer el bien, llevándole a la situación desesperada o ansiosa de curar a toda costa u ofrecer las facultades terapéuticas propias, el cuidado desmedido con la salud de los demás, lo que hablará en realidad en el sentido inconsciente de la represión del deseo de enfermar, esta vez a los demás para que le demanden la ayuda y así ser más reconocido en sus virtudes, vive de las miserias ajenas y es gracias a ellas que puede sentirse exaltado. Le pasa aquí al sujeto como a la Madre Teresa de Calcuta, quien decía: “el SIDA no es un castigo de dios, quizá es un regalo, ya que nos permite darles amor y compasión a esos seres a los que todo el mundo rechaza” . Allí el deseo es el de enfermar a los otros y la enfermedad como una bendición para quienes necesitan a los enfermos para mostrar su compasión, por un lado, por otro demostrar que ellos, plenos de amor van a hacer el bien a unos “pobres seres”, ello no es más que pura vanidad, pretendida bondad que disfraza un afán de verse y sentirse superior.
Se diferencia ese matiz, del deseo cínico de enfermar a los otros para sostener un mercado de servicios de salud, pues es solo por la enfermedad que se hacen imprescindibles en una sociedad donde el sujeto no se hace cargo de su salud, mucho menos responsable de las condiciones del autocuidado. En estos casos el médico o el terapeuta son cómplices y a la vez intermediarios del sistema que reparte enfermedad y se nutre de ella. Es corriente oír decir a quienes adosados a los sistemas llamados de salud , médicos que dicen estar muy al corriente de las corruptelas de las mismas entidades para las que trabajan, que cómo van a decir algo, cómo van a denunciar si viven de la institución, que cómo van a protestar por los abusos si esa es la entidad que les da de comer.
Cabe incluir aquí a los sujetos que muy preocupados por su salud, los llamados hipocondriacos, se dan al cuidado desmedido, se entregan a la ortorexia, la misma anorexia, en el intento de mantener el mejor estado posible, pero en el fondo no es más que una tendencia a dañar el cuerpo que confunden con el de otro, otro edípico, es decir el cuerpo del padre o de la madre, quizá el cuerpo acoplado de los progenitores representado en el propio. En realidad tantos cuidados con el cuerpo suyo es una defensa contra el deseo de hacerle daño al cuerpo que confunden con el de ellos mismos. Es una lógica de la confusión donde el sujeto excede las atenciones y cuidados del cuerpo propio, del mismo modo que el obsesivo excede los cuidados en el trato con los demás, con la diferencia que aquí se ve al sí mismo como si fueran los otros.
Esto último implica que la libido que el hipocondriaco centra en el cuerpo, de un modo tal que le impide dejarlo funcionar, es en realidad la libido que centra en los padres de la infancia, en su deseo edípico intenta mantenerlos unidos en su cuerpo, pero de igual manera intenta mantenerlos invulnerables a lo que tanto teme: la enfermedad, el daño o, peor, el aniquilamiento. Se podrá notar la responsabilidad que el sujeto se echa encima en aquella posición, pero en realidad los cuida es de sus tendencias destructivas, de separarlos y aun, de matarlos.
Igual que se puede cuestionar el deseo del aparato médico, del médico y el terapeuta en general, también cabe preguntarse por el deseo del analista, quien se supone que ha logrado ser consciente con una ética consonante con su práctica, sin embargo, hemos de decir que se trata, en el sentido de la cura del no deseo, tal y como lo propone Jacques Lacan , es decir, en la medida que el analista sabe cómo funciona el psiquismo de sus coanalizantes, no se inscribe en lo que constituye el deseo de aquellos, pues se trata de trabajar sin ansiedad en la búsqueda de una verdad, la verdad que permite desvelar el proceso analítico, la cual redunda en la ubicación de los móviles inconscientes que sostienen la enfermedad. Dichos móviles tienen que ver con la forma cómo se articuló el deseo en los coanalizantes, entonces el analista ha de dejar de lado su deseo para que emerja el deseo en aquellos, de otro modo sería buscar que aquellos se identifiquen con su posición, sería ponerse como el modelo a seguir por parte de quien entra a su consulta.
De lo que se trata allí en cualquier proceso analítico es de generar las condiciones para que el coanalizante pueda ir encontrándose con su deseo más íntimo o genuino, desbrozándolo de la rúbrica del fantasma y dándole la forma más conveniente a lo que constituye su legitima posición en la existencia, con relación a los demás, así mismo, a las instituciones, la cultura.
A pesar de ello no cabe duda que hay un móvil fundamental que opera como deseo del analista, un algo que lo empuja a buscar replicar con sus coanalizantes aquello que recibió por vía del análisis personal, lo cual cabe definirse como la búsqueda denodada de la verdad , donde los intereses personales, las aspiraciones narcisistas, los impulsos más propios son suspendidos para dar vigencia a lo que convoca la tarea del análisis. En términos generales el analista se borra como sujeto deseante para que emerja la flor del deseo del coanalizante.
Completa,emte de acuerdo,se bsa en Dos conceptos del c
ResponderBorrarsuceder psiquico del genial Sigmund Freud 1920