Los Orígenes De La Cultura Y La Cultura Del Delito En Colombia: ¿y la justicia donde esta?
Nacemos iguales ante la ley, por lo menos en teoría, pero ya la naturaleza de antemano ha puesto su impronta de injusticia dotando algunos seres de forma prodiga de unas cualidades físicas o de cualidades psíquicas, cuando no, de las dos series complementarias, mientras a otros los excluye de manera desventajosa. Las leyes naturales anotan también su testimonio en tal desigualdad, pues de atenernos a la teoría evolutiva de Charles Darwin, la constante en el proceso de evolución de la vida, de su adaptación y del poblamiento del planeta ha sido la supervivencia del más apto, y en el largo sucederse de eras, de todas las especies que han vivido en el planeta, sólo han sobrevivido del 4 al 6% de ellas [2]; demostrándose con ello que la vida tiene que someterse a los avatares inexorables que la misma naturaleza impone. Y es su plasticidad en el acomodo lo decisivo para que se mantuviera la especie determinada, y esa plasticidad constituye al fin, una dotación natural ventajosa que ha dependido más del azar que de cualquier designio supra-terreno.
Por otro lado, si algo caracterizó a la organización social del hombre arcaico fue la supremacía de la fuerza, el dominar a los otros quien fuera más capaz de crueldad, demostración de fuerza, hechos éstos reemplazados luego por la fuerza de la inteligencia para someter y dominar a los semejantes. Esto implica que no es la naturaleza la que nos enseña o aporta el modelo del ideal social de justicia, este más bien es una construcción humana que no existió siempre y que tiene sus orígenes en el mismo origen de la cultura. Se remonta a la edad infantil en la cual el niño repite como remanente psíquico, aquella conquista inicial de la especie.
En su texto Tótem Y Tabú, Freud alude al origen de la cultura postulando una organización social primitiva constituida por hordas. Dirá entonces que la horda primitiva se hallaba dominada por el protopadre el cual ejercía un poder irrestricto: accedía a todas las mujeres del clan e impedía el acceso carnal de los hijos con aquellas, ya fuera castrándolos, expulsándolos del clan o en el peor de los casos eliminándolos, veía en ellos una amenaza inminente para la conservación de su estatus y de la vida propia.
Los hijos se unieron un día para darle muerte al padre que era a la vez odiado y admirado, luego de matarle consumieron sus partes en un intento por hacer propias las cualidades psíquicas y posesiones corporales del mismo. Todos querían ocupar la posición que antes ocupara el padre depuesto, a darse libertades y obtener las prerrogativas gozadas por el mismo, pero esto implicaba que quien asumiera el poder estaría corriendo la misma suerte del padre aniquilado, aunque en un principio se repitió una y otra vez la disputa entre los hermanos por el poder del padre sustituido, terminaba por repetirse, una y otra vez la misma dinámica: arrogarse el poder para ser luego depuestos por los hijos y aun los hermanos.
Poco a poco, el temor a perder la existencia además de la admiración por el padre muerto hizo que ninguno asumiera el poder del tirano destituido. El amor por el mismo, hizo que se produjera el arrepentimiento, la culpa de haber matado a alguien tan grandioso en tanto se le admiraba. Por el sentido mágico del hombre primitivo se unió a ello, el temor a que regresara de entre los muertos a cobrar venganza[3]. Declararon entonces la igualdad fraterna, es decir, todos gozarían en adelante de los mismos derechos, pero ya no de forma ilimitada, pues adoptaron las restricciones antes impuestas por el padre como leyes de convivencia: no podían tomar mujer dentro del clan al cual pertenecieran, se prohibieron el canibalismo y la muerte del semejante, al menos dentro del clan, siendo penalizado con la muerte por la transgresión de tales exigencias. Así, asumieron la ley del padre y declararon interdictas, prohibidas, las actividades que tuvieran que ver con la muerte del mismo, el padre fue depuesto para pasar a constituirse en una entidad simbólica, representado en la ley o normatividad social y el animal totémico.
La igualdad pactada entre los hermanos dio origen a una organización social menos incipiente, basada en el derecho y no en la fuerza bruta: el matriarcado. La madre pasó a gobernar con el poder otorgado por el padre, poder que “renacía” como instancia reguladora de las relaciones sociales. En ese largo proceso se articulan los tres pilares fundamentales de la cultura, cuales son: la prohibición del incesto, la prohibición de darle muertes al padre o prohibición del parricidio y la prohibición del canibalismo, representadas estas dos últimas en la prohibición de matar y comer el tótem.
Estos acercamientos de Freud a la reconstrucción de lo que pudo haber sido el origen de la civilización, han sido ampliamente analizados cuando no cuestionados por la antropología, sin embargo, en nuestra experiencia, tendríamos que entenderlos a la luz de la instauración de la cultura en el sujeto individual, de tal manera que hemos de decir que lo que constituye una verdad individual se establece como una verdad de la especie, en tanto que se aplica a todos los individuos de la misma con variantes diversas, o lo que es lo mismo, con matices diversos en cada cultura. En cierta medida lo que termina por confirmar el sujeto en proceso de análisis o terapia analítica, es el deseo de darle muerte al padre a quien imaginó omnipotente y con el poder sexual en relación con las mujeres de casa, su pequeño mundo, y aún con los hermanos. Es en el desarrollo singular y cuando el niño esta en la situación fálico-edípica cuando revive con toda la fuerza de las pulsiones el deseo de sustituir al padre y obtener lo que siente como privilegios exclusivos de aquel. Son anhelos de libertad absoluta experimentados de forma inconsciente por todo sujeto, donde los placeres son irrestrictos y la fantasía dominante es la de eliminar todo lo que se interponga en el camino a la satisfacción.
El sujeto pone así en escena una serie de representaciones que adquiridas o no, como legado de la especie, hablan de sus fantasías incestuosas y el deseo de matar al padre, como representante más inmediato de la ley, para que no se interponga en su satisfacción, también es corriente encontrar fantasías en el sujeto neurótico, mediante el trabajo analítico, que hablan de los deseos de matar al padre y comerse las partes vitales de éste, las que representan aspectos de poder como el pene, el corazón y la cabeza.
El deseo de darle muerte al padre es también una forma de personalizar un conflicto interno, pues en la imaginación de cada uno siempre hay alguien que goza absoluta e irrestrictamente, alguien que no tiene que renunciar a ninguna forma de satisfacción pulsional, y es el padre quien termina personificando a ese ser imaginario, razón por la cual, acabar con él sería poder acceder a su posición, dado que, como ya lo dijimos, el padre es también en quien personificamos la instancia normativa. Entonces el padre adquiere así dos características contrapuestas: alcanza la satisfacción absoluta e impone para el niño la renuncia, lo que deja la sensación de que se reserva todas las satisfacciones para sí, mientras las prohíbe para los otros, matarle sería suprimir la restricción y adquirir el poder, los privilegios que se supone le pertenecen. Se asume en tal sentido al padre como a la propia figura del tirano, entendida ésta como aquel que en lo social se hace con el poder y somete bajo su férula y capricho a los integrantes de la sociedad, borrando así las libertades y prerrogativas que concede el Derecho.
Pero, al menos hipotéticamente, ese alguien que goza sin restricción alguna es el ello, el cual, en su estado ideal es representado por el diablo, ser mitológico del catolicismo que, como propone Freud, representa al padre “malo” o pecador absoluto. En el análisis de algunas zoofobias se ve claramente cómo el animal que es admirado por el niño termina luego siendo profundamente temido, y lo que tanto admira en aquel es que puede satisfacerse de forma directa sin tener que reparar en normas o restricción alguna. Queda así en la zoofobia representado el temor a lo que profundamente se desea: la satisfacción irrestricta y absoluta.
Entonces no hay vivencia individual mas potente que nos lleve a reproducir la muerte del padre como hecho fantasmático, que el deseo de vivir las satisfacciones pulsionales a nuestras anchas y gozar de las complacencias que atribuimos a aquel en el supuesto de que al menos hay alguien que puede gozar sin consecuencias, alcanzando grados absolutos de satisfacción, bajo el supuesto de un protopadre injusto que se reserva los objetos y las formas de placer, mientras nos niega o restringe toda satisfacción, o al menos, las más esperadas.
El examen de la realidad hace notar a cada quien, lo ilusorio de esos deseos, se da cuenta que no puede alcanzar la posición del padre, que muy a pesar suyo habrá de asumir la condición de hijo, entonces ya que no puede obtener los privilegios del padre aspira a que se le trate en igualdad de condiciones que a sus hermanos: tiene esto que ver con el deseo en todo niño de ser el único en la relación, primero con la madre, de la que quiere su total concentración en él, lo que le lleva a querer borrar toda probabilidad de que aparezca algún competidor, por ejemplo, imaginando que ataca el vientre de la madre para que no tenga mas hijos o eliminando desde el vientre los competidores posibles, o atacando desde la fantasía, el cuerpo de la madre para eliminar los bebes que imagina como pobladores del mismo.
Mientras tanto va entrando en escena el padre, en un principio rivalizará con él del mismo modo como lo haría si apareciera un hermanito u otro agente que le robe las atenciones y el cariño de la madre, poco a poco se dará cuenta que aquel no solo le compite el amor de la madre sino que es el verdadero “dueño”, que tiene su posición bien definida entre aquellos: es el hijo para el cual esta prohibido el acceso carnal a la madre, tendrá que irse resignando a que aquel definitivamente le aparte de la relación amorosa que ha soñado con la madre, aceptando la superioridad física y psicológica del mismo, mientras que con los hermanos quiere ser, al menos el privilegiado de los padres, que le quieran por encima de los demás y le traten con una consideración especial, su fantasía es que aquellos le tengan en cuenta en todo y le participen de sus relaciones más íntimas: las sexuales y las agresivas, imagina estando en medio de los dos dándoles placer del modo como imagina pueda ser para ellos mas placentera, que le estimen tanto como estiman el pene en los intercambios íntimos y hacerse imprescindible para aquellos.
Se conforma con el trato equitativo de los padres con relación a los demás hermanos, que si no puede ser el primero para sus progenitores, que tampoco sea tenido en menos.
Es dentro de la vida familiar donde tiene sus asientos y se gesta el ideal de justicia y equidad, es allí donde tiene sus orígenes el Derecho entendido como el pacto social de convivencia en igualdad de condiciones y derechos.
Dice Freud en el malestar en la cultura a este respecto, que el paso de la sociedad primitiva como forma primera de organización, a la conformación de los estados, estuvo motivado por el intento de arrebatarle el monopolio del poder al mas fuerte mediante la unión de los mas débiles, fue una forma de darle estabilidad a la misma organización social, ya que el poder era arrebatado cada vez que el caudillo decaía en su vitalidad o aparecía alguien mas fuerte.
El estado aparece como el resultado de una alianza, un acuerdo entre los individuos para erigirlo como instancia reguladora y agente que vela por la justicia y así, mediar en las relaciones entre los ciudadanos. Lo que nos permite decir que cada sujeto espera ver representado en la organización estatal sus intereses, o al menos como instancia de regulación de los intereses privados para hacer valer los intereses públicos, haciendo que prevalezca el bien común sobre el bien particular.
No parece haberse dado en Colombia una transición de la organización social primitiva al estado moderno, pues la organización estatal, por lo que se conoce de la historia de la república desde 1819 (no la historia oficial manipulada e impuesta) parece que se dio como una farsa donde los comerciantes y hacendados, actuando como bandidos bucaneros llegaron al tiempo por el poder, hicieron el “mas justo acuerdo”, se repartieron el “marco de la plaza” como dice Neruda en su poema[4], los racimos mas jugosos de la patria o se enquistaron como fervorosos partidarios de una supuesta causa libertaria para traicionar, moldear las leyes y las instituciones a la medida de sus intereses, o se hicieron leguleyos, erigieron un estado para administrar sus propios intereses y siempre que un compatriota levanto su voz de protesta, puso de frente su dignidad, nuestra dignidad, para reclamar o protestar, lo eliminaron, le enviaron al presidio, al cepo o le impusieron el exilio, constituía una amenaza para el nuevo orden, necesitábamos quien nos libertara de los libertadores.
Pero el sátrapa tuvo siempre la dignidad de ladrón: tuvo miedo a que los esbirros del norte o el capital tras-nacional, declararan ilegitimo su poder, descubrieran la verdad tras la “santa democracia” erigida como fachada para el vil mercado del engaño, la mentira. Con su rabo de paja se asomo a la candela de los nuevos colonizadores y prosternándose agacho la cabeza, se mostró sumiso y obediente, aceptó ceder parte de sus privilegios haciéndose compinche de aquellos para el atraco popular. Repartió garrote, impuso cargas tributarias, a sangre y fuego impuso las ordenes del tirano, moldeo a su amaño la estructura social, declaro neo-liberal al estado para justificar la obligada entrega al poder multinacional, se pertrecho contra el inconformismo generalizado, declaró estados de sitio, estados de excepción, justifica elevados presupuestos en una guerra donde sus sabuesos también obtienen grandes tajadas del pastel.
Da esto origen a un interrogante ¿Cuál es el sentido de justicia en el estado colombiano? Cuando llegaron los españoles a América mancillaron la cultura amerindia. A fuerza de sangre, saqueo, dominación, castigo y adoctrinamiento sometieron a los indígenas arrasando sus líderes, sus costumbres y tradiciones; erigieron la religión suya como la única verdadera y a sus dioses como los más elevados y poderosos del "Olimpo". Inculcaron la culpa del sexo y el deber absoluto de obediencia al tirano, y parecían en varios aspectos ser enviados de una divina providencia.
Tres siglos pasaron hasta la emancipación del pueblo contra el poder español, pero quienes promovieron la gesta revolucionaria fueron los nuevos dueños del poder: comerciantes y terratenientes hambrientos del botín y la expoliación, quienes no siendo capaces de aportar el dinero para la causa libertaria, aportaron poco o muy poco de su capital, por lo que el gestor principal de la causa, Simón Bolívar, se vio obligado a buscar crédito con el floreciente imperio inglés para poder terminar la campaña libertadora. Se conformaban así los "héroes" criollos con ser intermediarios de un nuevo poder colonial con tal de asegurarse su parte en el saqueo y la rapiña.
Fuimos primero colonia española, luego inglesa, pasando mas tarde a la dominación norteamericana y finalmente al capital mundial que tiene su asiento principal también en los Estados Unidos de América. La clase dirigente de estos países que se alzó con el poder, no sólo ha reproducido la alienación cultural, económica y política al mantener al pueblo en la miseria intelectual y el adoctrinamiento religioso, sino que también, al ser vasallos fieles del sistema de opresión internacional o del imperio de turno, se han puesto como gendarmes o guardianes directos de la hegemonía o dominio imperial al ser los mensajeros y ejecutores de las políticas coloniales y neo-coloniales.
Hay detrás de una actitud tal, un auto-desprecio, una minusvalía personal que delata su estado de dependencia por parte de los dirigentes, donde el temor a perder los privilegios suyos, junto con la culpabilidad inferiorizante les ha puesto como dice el filósofo colombiano Fernando González "con un pie hincado en tierra para el extranjero y un garrote en mano para el coterráneo"(1971).
Se han asumido los dirigentes nuestros como seres inferiores a los colonizadores, a los cuales hay que agacharles la cabeza[5]. Y bajo sus intereses egoístas, la dignidad suya queda pisoteada por el imperio, dignidad pírrica que proyectan en el pueblo, produciéndose lo que en psicoanálisis se llama la identificación con el agresor, en donde, de un lado se le da la razón al tirano, y de otro, se adopta el despotismo de aquel contra los otros o contra sí mismo. Para el caso nuestro, al menos lo que parece más visible, es el pueblo propio el que es despreciado, devuelve el politicastro con creces contra su gente la inferioridad que ha sentido frente al extranjero dominante. Adopta no sólo las actitudes del conquistador sino también su ideología con la cual se convence y convence a su pueblo de que el tirano finalmente tiene la razón, por ejemplo, de que hay que ser muy juiciosos sacrificando el derecho a la educación y la salud para pagar una impagable deuda contraída con la banca internacional de usura. Neutraliza o anula la propia iniciativa y la del pueblo, quedando librado a la voluntad y aspiraciones del amo, claro está, en lo que tiene que ver con las iniciativas de mejoramiento de condiciones para sus gobernados, pues para sus intereses particulares esta continua intacta. Se ha asumido una actitud de auto-desprecio donde París o Nueva York, Londres o Madrid son portadoras de la "auténtica" cultura y de los ideales culturales más elevados, mientras lo propio, o no merece el auténtico reconocimiento, o hay que sentir vergüenza por ser sus portadores.
Se supone que los habitantes del país nuestro hemos delegado en el estado y en las instituciones las mas hondas aspiraciones de justicia en todo el sentido de la palabra. Es la justicia soporte, y razón de ser mas fundamental, de la vida en sociedad, puesto que según se propone en la carta constitucional, ella abarca el reparto de poder y la restricción del mismo, la igualdad de oportunidades, de derechos y deberes. Se supone que todos nos suscribimos a las normas (por cierto ubicuas y exhaustivas en Colombia), las mismas que apuntan a defender el bien común, que propenden por librarnos de las voluntades particulares e intereses monopólicos, cediendo en nuestras libertades egoístas, primarias y anárquicas.
En Colombia la constitución política consagra la justicia como un principio inalienable, es un elemento rector que da origen a toda institución democrática y constituye uno de los ejes centrales de todo orden social que se erija sobre el derecho democrático y que busque preservarse en el tiempo. Sin embargo, parece más motivo de discurso y de exaltación ideativa. Pues en la practica, en la realidad de los hechos se evidencia que todo parece un lindo sueño, una utopía o un ave esquiva que rehúsa asentarse en nuestro territorio, la sociedad que tanto anhelamos parece estar condenada cada vez a posar sobre el papel y los grandes discursos de políticos y lideres sociales, pues la realidad parece poner mas distancia frente al ideal; así es en el plano de lo económico, cuestión que confirmamos en las estadísticas crecientes de indigencia, pobreza desempleo, sub-empleo y empleo mal remunerado y con pocas garantías de dignificación. Para muestra un botón: mientras la economía nacional creció cerca del 15% en el periodo 2004-07, el nivel de pobreza pasaba según el censo del Sisben, de veinte millones a treinta, y la indigencia sumaba ocho millones. Son cifras escalofriantes cuando apenas contábamos con cuarenta y cuatro millones de habitantes. En el campo del empleo, ni se diga: “En Colombia tienen corroído el carácter más de 2 millones quinientos mil desempleados, siendo la cifra más alta de América Latina, según datos disponibles en Bloomberg para 11 naciones del continente. Aquí, al desempleado lo tenemos prácticamente tirado en el pavimento. Colombia tiene un porcentaje de dos dígitos en desempleo, el 12%, el más alto de América Latina, y la informalidad ronda el 59%. Y el resultado para las empresas son altos dividendos económicos y para los trabajadores altos grados de ansiedad y pauperización[6].
También en el campo de la operatividad del aparato judicial, Colombia deja mucho que desear, pues según Camilo Romero en su libro Del Secuestro Y Otras Muertes, de cada cien sujetos que cometen actos delictivos en Colombia sólo entran a la cárcel el 10%, el otro restante 90% o “no son casos denunciados, no son perseguidos o no son condenados”[7]. De la totalidad de la población carcelaria sólo el 25% esta condenada en segunda instancia, lo que indica que el restante 75% pueden ser inocentes con cerca de un 48% que apenas están sindicados[8]. Y la gran mayoría son de las clases menos favorecidas, son “…los forzados a delinquir porque no han tenido la posibilidad de sobrevivir sino al margen de la ley. Estos últimos, capturados por millares, componen el grupo mas amplio de la población carcelaria. Son personas con tradición familiar en la delincuencia, que dependen del trabajo marginal y delictivo, carentes de medios personales familiares y sociales” [9]
Predomina así una impunidad que no es producto de la casualidad, pues como bien lo sugiere Claudia Cáceres (2008)[10], es parte de la dinámica que el sistema mantiene para perpetuar el estado de violencia, así nos dice: “la impunidad no se produce por la ineficiencia del estado, ni por falta de información o de recursos técnicos o por su incapacidad para dar respuesta a estas situaciones. Por el contrario, hace parte de la lógica que rodea o determina estos crímenes, es precisamente esta impunidad la que brinda todas las garantías para que los crimines sigan siendo cometidos, para que los victimarios puedan seguir actuando, para que los responsables no sean castigados”[11]
Cabe la pregunta ¿Por qué le interesa a los dueños del poder mantener el estado de violencia y de injusticia? Es un tema muy discutido y un poco gastado en las lecturas sociológicas que proponen la ley del miedo como forma de sometimiento, sin embargo queremos referirnos aquí a otro aspecto y es el de la culpa, aspecto que apunta mas a las dinámicas psíquicas, sin dejar de reconocer que la ley del miedo tiene su parte. Donde no hay culpables todos somos culpables ante nosotros mismos y sospechosos ante los otros, “quien este libre de culpa que tire la primera piedra” reza la cita bíblica que maniqueamente invita a callar las injusticias, los atropellos, a no reconocer y señalar a los responsables de pequeños y grandes crímenes, pues si usted es culpable ¿con que derecho reclama? Siendo este un principio con el cual la aristocracia, y últimamente cleptocracia ultramontana gobierna y ha gobernado el país, ya que si todos somos culpables no hay porque reclamar, hay que seguir escondiéndose, pues todos tendríamos rabo de paja. La responsabilidad de unos pocos se diluye como culpa colectiva, en una semejanza asombrosa con el funcionamiento económico: se socializan las perdidas, se privatizan las ganancias. Lo que en el funcionamiento de la in-operaratividad de la justicia se presenta en el beneficio para el hampa mientras el colectivo carga con la culpa de la criminalidad impune.
Por otro lado, la culpa es la que alimenta el fracaso individual, la enfermedad somática y psíquica y en especial, para intereses de las castas dominantes. De otro lado, la socialización de las culpas nos empuja a muchos a la indiferencia como reacción defensiva. Se trata allí de negar la responsabilidad que se nos quiere endilgar, como quien diría: “a mi no me echen culpas que yo no participo en nada, no tengo que ver con ello”, con todas las desventajas que ello trae como la apatía social, insensibilidad frente al sufrimiento ajeno, entre otros.
Todos y cada uno tenemos algo de admiración, aunque sea secreta, por quien comete actos criminales en la medida que también desearíamos transgredir, pero nos disuade, en parte, la sanción social o de la supuesta divinidad, o las dos, es decir en la medida que sabemos que alguien nos puede castigar dejamos de lado dichos propósitos, de tal modo que cuando no se ha introyectado la norma o ésta no esta sólidamente instalada en la vida interna, lo que sirve de contrapeso a nuestros deseos es la coerción externa, coerción que está representada en las instituciones judiciales, pero si éstas no funcionan o tienen unos márgenes tan escasos de efectividad como en el caso colombiano, queda abierta la posibilidad de pasar de la tentación al acto, de la admiración hacia el llamado criminal a la emulación concreta, pues lo tabúes culturales se mantienen en la mayoría de casos en tanto pende sobre nuestra cabeza la amenaza del castigo. Si atrevernos a propasar las normas nos enfrenta a cualquier tipo de sanción y ésta no es mas que una remota posibilidad, delinquir puede convertirse en una forma de vida.
De otro lado, ni que decir de la opresión social que realizan tanto el estado como los grupos al margen de la ley, quienes expropian, desplazan, extorsionan, amenazan, secuestran, trafican con drogas ilícitas, eliminan sindicalistas, periodistas y lideres sociales, pero finalmente no aparecen los culpables y si aparecen están por fuera del alcance del sistema de justicia ya porque compran jueces, fiscales, testigos, eliminan pruebas y testigos, chantajean, entre otras, o ya por su estado clandestino.
En la medida que el sistema de justicia goza de un perfil de tan baja operatividad, estimula el delito antes que disuadirlo, genera una consciencia en el individuo con fuertes tendencias al mismo, como que si lo “agarran” es por de malas, y mientras tenga dinero y/o cómplices en el sistema podrá evadir la justicia.
De otro lado, cuando la situación individual esta fuertemente inclinada hacia los actos delictivos, la identificación con quienes utilizan la delincuencia como medio de poder tiende a hacerse manifiesta, pues inconsciente o conscientemente nos decimos “si alcanzar el poder significa pasar por encima del otro, echar al traste los principios y valores sociales, entonces que mas da”. Y es que inconscientemente percibimos a quien triunfa haciéndose con el poder y el respeto de los demás como modelo, de ese modo quienes alcanzan un poder así sea local en una comunidad, se convierten en alguien digno de emular, no importa los medios. De ello da muestra el que los niños que ven pasar al matón del barrio o al jefe de banda quieran imitarle o den muestra de alguna admiración, ya que lo importante en la mentalidad infantil es alcanzar una posición semejante, primando allí mas las posiciones egotistas que las altruistas, pues estas últimas se construyen y se refuerzan en los procesos de socialización, sin querer decir con ello que muchos niños no presenten ya tempranamente actitudes filantrópicas. En el campo de lo social queda ello mucho mas lícito si los que delinquen son aquellos denominados padres de la patria o los llamados ladrones de cuello blanco, quienes supuestamente avalan o no la institucionalidad.
En nuestra realidad inconsciente continuamos siendo los niños a los que no nos importaba si nuestros modelos eran o no altruistas, éticos o trasgresores, lo importante allí era que aquellos alcanzaban lo que querían, les veíamos como triunfadores, luego en el proceso de socialización fue donde aprendimos los valores de convivencia, el respeto y la consideración por el semejante, entre otros, si esos modelos los comportan. Y si muchas de las autoridades sociales, que son a la vez morales, sustitutos de las autoridades infantiles, no tienen la posición ética que predican, ostentan posiciones sociales y económicas que han ganado robándole al mismo estado o manipulando las leyes para su beneficio, señalan un camino de delincuencia e impunidad como modelo de interacción social. Entonces el estado, en manos de politicastros demagogos, de funcionarios corruptos, como dice Libia E. Ramirez, se convierte “en un padre que no representa la ley, él mismo es la ley, en tanto no reconoce una ley mas allá de la suya y la ejerce de manera caprichosa y autoritaria, en beneficio personal, desconociendo los ideales (necesidades y demandas[12]) comunitarios”[13].
Si lo que vemos a diario es que el sistema estatal es utilizado por los grupos en ascenso económico, por los dueños del poder productivo, los puestos burocráticos es una torta que se reparten los politicastros para alimentar el sistema de corrupción, el estado sólo puede aparecer como una organización codiciable para quienes la sed de poder se orienta hacia lo económico y el dominio y manipulación de los otros. Cabe aquí citar a Carlos Gaviria cuando invoca a Platón: “la propuesta platónica consistía en que el filósofo sería el que gobernara, pero sobre la premisa de que el hombre sabio y el virtuoso son uno mismo y que la tarea del gobernante es ante todo una tarea pedagógica: demostrar cuál es la virtud y cómo se practica. Aquí, por el contrario, y no creo que a alguien le quede duda, para lograr la reelección se compraron votos y se sobornó gente[14]. Si ese ejemplo se da desde arriba, ¿qué conclusión puede sacar el ciudadano corriente? Si estamos en una guerra y para ganarla hay que matar inocentes ¿hay que hacerlo? pues entonces no nos quejemos de que haya en Colombia ese irrespeto total por la vida y una especie de anomia, en el sentido de que las reglas –ni las jurídicas, ni las morales– son capaces de conducir a la convivencia por cauces de civilización” [15], la cuestión es pues hasta de sentido común, ya que si los conductores de la sociedad son inferiores a la misión pedagógica, se muestran interesados solo en el beneficio personal o de ciertos grupos, familiares y/o sociales, engañan desde sus posturas demagógicas, manipulan sin escrúpulos, pues, qué se podría esperar del hombre común. En esta perspectiva hay es que darse por bien servido con respecto a lo que pasa en Colombia, ya que el descontento crece en las mayorías excluidas y los sistemas de opresión y alienación social son los medios de control contra el inconformismo creciente.
A este respecto el reconocido psicólogo social Ignacio Martin Baró propone:
"casi sin darnos cuenta nos hemos acostumbrado a que los organismos institucionales sean precisamente lo contrario de lo que les da la razón de ser: quienes deben velar por la seguridad se han convertido en la fuente principal de la inseguridad, los encargados de la justicia amparan el abuso y la injusticia, los llamados a orientar y dirigir son los primeros en engañar y manipular"[16].
Aunque aquello lo dice basado en lo que percibe en la sociedad salvadoreña de finales de la década de 1980, se aplica con mayor rigor y para todos los tiempos a nuestra sociedad colombiana, pues como sabemos, las oligarquías se las han arreglado, en especial con el poder que otorgan las armas y la fuerza bruta, para alzarse con el aparato estatal y de gobierno.
Ya para el caso de quienes tienen las mismas tendencias y son excluidos de los beneficios, oportunidades que ese mimo sistema ofrece, les queda el camino de la oposición en varias direcciones: se convierten en grupos políticos que aspiran al poder, conforman grupos de oposición armada cuando el estado se des-legitima a sí mismo al ser unos pocos quienes se alzan con el poder, mientras aparecen los llamados delincuentes, quienes identificados con el tirano buscan el poder por la fuerza. Hay un tercer grupo que no busca el poder en sus formas directas o ha renunciado a él debido a las inhibiciones internas
Caben aquí las palabras del poeta:
Aquí nos toca llorar mientras vemos al pobre pasar,
la impotencia carcome nuestro pecho
porque el derecho funciona muy lindo en el papel:
mientras la justicia cojea y pocas veces llega
el crimen campea, el juez como el diputado se unen al criminal
para salvar la santa democracia y como si fuera poca gracia,
entregan el país con tal de beber en la copa del potentado o
recibir la migaja que sobra en la danza del millón.[17]
Notas pie de página.
[1] Camilo Romero, Del secuestro y Otras Muertes, 2003, p.21.
[2] Según Carl Sagan Y Ann Druyan en Sombras De Antepasados Olvidados. Bogotá: Planeta 1992.
[3] La creencia del retorno de los muertos es algo inconsciente en la actualidad y aparece bajo el mito de los muertos vivientes de las películas y de algunos duelos patológicos, entre los hombres primitivos era una realidad que llegó a cobrar una fuerza tal, entre algunos pueblos. que los egipcios, por ejemplo, construyeron los grandes sarcófagos de piedra para evitar el retorno de los muertos y enterraban a estos con sirvientes y provisiones para que pudieran sentirse confortables sin anhelar nada de lo que tenían en vida.
[4] Las oligarquías, obras completas tomo 1.
[5] Hay que ver a Uribe junto a Busch, parece querer escurrirse, se encorva y le hace la venia cual niño frente a su padre amado y temido.
[6] La Corrosión del Carácter. Mauricio Castaño, en el tiempo. Abril 29 del 2009.
[7] (p40).
[8] 26.838 sindicados de 62541 para el 2003 según estadísticas del Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario (INPEC)
[9] op cit p. 42.
[10] Citada por Gonzálo Sánchez G. et al, en Trujillo: una tragedia que no cesa.
[11] Ibid, p.22
[12] Lo del paréntesis es nuestro.
[13]Libia E. Ramirez. Psicoanálisis, Cultura y Contemporaneidad, un referente para leer las nuevas formas de expresión de la violencia. En revista FUNLAM vol1,no2, feb. 1999, pg.79.
[14] Se refiere a la compra del voto de los diputados Yidis Medina y al parecer Teodolindo Avendaño por parte del gobierno de Uribe Velez.
[15] En entrevista concedida a Margarita Vidal, publicada en El País de la ciudad de Calí, el 25 de Enero de2009.
[16] Ignacio Martin Baró, citado en Ignacio martin Baró, 1942-1989, pag 4. http://www.uca.edu.sv/martires/ignaciomartinbaro.htm
[17] Poema inédito del mismo autor de este texto.
«En Colombia la riqueza controla al estado y este sirve para acrecentar la riqueza, en una cadena de iniquidad interminable. Gran cantidad de fortunas que se ostentan se han iniciado y acrecentado poniendo el poder oficial a su servicio.» [1]
Nacemos iguales ante la ley, por lo menos en teoría, pero ya la naturaleza de antemano ha puesto su impronta de injusticia dotando algunos seres de forma prodiga de unas cualidades físicas o de cualidades psíquicas, cuando no, de las dos series complementarias, mientras a otros los excluye de manera desventajosa. Las leyes naturales anotan también su testimonio en tal desigualdad, pues de atenernos a la teoría evolutiva de Charles Darwin, la constante en el proceso de evolución de la vida, de su adaptación y del poblamiento del planeta ha sido la supervivencia del más apto, y en el largo sucederse de eras, de todas las especies que han vivido en el planeta, sólo han sobrevivido del 4 al 6% de ellas [2]; demostrándose con ello que la vida tiene que someterse a los avatares inexorables que la misma naturaleza impone. Y es su plasticidad en el acomodo lo decisivo para que se mantuviera la especie determinada, y esa plasticidad constituye al fin, una dotación natural ventajosa que ha dependido más del azar que de cualquier designio supra-terreno.
Por otro lado, si algo caracterizó a la organización social del hombre arcaico fue la supremacía de la fuerza, el dominar a los otros quien fuera más capaz de crueldad, demostración de fuerza, hechos éstos reemplazados luego por la fuerza de la inteligencia para someter y dominar a los semejantes. Esto implica que no es la naturaleza la que nos enseña o aporta el modelo del ideal social de justicia, este más bien es una construcción humana que no existió siempre y que tiene sus orígenes en el mismo origen de la cultura. Se remonta a la edad infantil en la cual el niño repite como remanente psíquico, aquella conquista inicial de la especie.
En su texto Tótem Y Tabú, Freud alude al origen de la cultura postulando una organización social primitiva constituida por hordas. Dirá entonces que la horda primitiva se hallaba dominada por el protopadre el cual ejercía un poder irrestricto: accedía a todas las mujeres del clan e impedía el acceso carnal de los hijos con aquellas, ya fuera castrándolos, expulsándolos del clan o en el peor de los casos eliminándolos, veía en ellos una amenaza inminente para la conservación de su estatus y de la vida propia.
Los hijos se unieron un día para darle muerte al padre que era a la vez odiado y admirado, luego de matarle consumieron sus partes en un intento por hacer propias las cualidades psíquicas y posesiones corporales del mismo. Todos querían ocupar la posición que antes ocupara el padre depuesto, a darse libertades y obtener las prerrogativas gozadas por el mismo, pero esto implicaba que quien asumiera el poder estaría corriendo la misma suerte del padre aniquilado, aunque en un principio se repitió una y otra vez la disputa entre los hermanos por el poder del padre sustituido, terminaba por repetirse, una y otra vez la misma dinámica: arrogarse el poder para ser luego depuestos por los hijos y aun los hermanos.
Poco a poco, el temor a perder la existencia además de la admiración por el padre muerto hizo que ninguno asumiera el poder del tirano destituido. El amor por el mismo, hizo que se produjera el arrepentimiento, la culpa de haber matado a alguien tan grandioso en tanto se le admiraba. Por el sentido mágico del hombre primitivo se unió a ello, el temor a que regresara de entre los muertos a cobrar venganza[3]. Declararon entonces la igualdad fraterna, es decir, todos gozarían en adelante de los mismos derechos, pero ya no de forma ilimitada, pues adoptaron las restricciones antes impuestas por el padre como leyes de convivencia: no podían tomar mujer dentro del clan al cual pertenecieran, se prohibieron el canibalismo y la muerte del semejante, al menos dentro del clan, siendo penalizado con la muerte por la transgresión de tales exigencias. Así, asumieron la ley del padre y declararon interdictas, prohibidas, las actividades que tuvieran que ver con la muerte del mismo, el padre fue depuesto para pasar a constituirse en una entidad simbólica, representado en la ley o normatividad social y el animal totémico.
La igualdad pactada entre los hermanos dio origen a una organización social menos incipiente, basada en el derecho y no en la fuerza bruta: el matriarcado. La madre pasó a gobernar con el poder otorgado por el padre, poder que “renacía” como instancia reguladora de las relaciones sociales. En ese largo proceso se articulan los tres pilares fundamentales de la cultura, cuales son: la prohibición del incesto, la prohibición de darle muertes al padre o prohibición del parricidio y la prohibición del canibalismo, representadas estas dos últimas en la prohibición de matar y comer el tótem.
Estos acercamientos de Freud a la reconstrucción de lo que pudo haber sido el origen de la civilización, han sido ampliamente analizados cuando no cuestionados por la antropología, sin embargo, en nuestra experiencia, tendríamos que entenderlos a la luz de la instauración de la cultura en el sujeto individual, de tal manera que hemos de decir que lo que constituye una verdad individual se establece como una verdad de la especie, en tanto que se aplica a todos los individuos de la misma con variantes diversas, o lo que es lo mismo, con matices diversos en cada cultura. En cierta medida lo que termina por confirmar el sujeto en proceso de análisis o terapia analítica, es el deseo de darle muerte al padre a quien imaginó omnipotente y con el poder sexual en relación con las mujeres de casa, su pequeño mundo, y aún con los hermanos. Es en el desarrollo singular y cuando el niño esta en la situación fálico-edípica cuando revive con toda la fuerza de las pulsiones el deseo de sustituir al padre y obtener lo que siente como privilegios exclusivos de aquel. Son anhelos de libertad absoluta experimentados de forma inconsciente por todo sujeto, donde los placeres son irrestrictos y la fantasía dominante es la de eliminar todo lo que se interponga en el camino a la satisfacción.
El sujeto pone así en escena una serie de representaciones que adquiridas o no, como legado de la especie, hablan de sus fantasías incestuosas y el deseo de matar al padre, como representante más inmediato de la ley, para que no se interponga en su satisfacción, también es corriente encontrar fantasías en el sujeto neurótico, mediante el trabajo analítico, que hablan de los deseos de matar al padre y comerse las partes vitales de éste, las que representan aspectos de poder como el pene, el corazón y la cabeza.
El deseo de darle muerte al padre es también una forma de personalizar un conflicto interno, pues en la imaginación de cada uno siempre hay alguien que goza absoluta e irrestrictamente, alguien que no tiene que renunciar a ninguna forma de satisfacción pulsional, y es el padre quien termina personificando a ese ser imaginario, razón por la cual, acabar con él sería poder acceder a su posición, dado que, como ya lo dijimos, el padre es también en quien personificamos la instancia normativa. Entonces el padre adquiere así dos características contrapuestas: alcanza la satisfacción absoluta e impone para el niño la renuncia, lo que deja la sensación de que se reserva todas las satisfacciones para sí, mientras las prohíbe para los otros, matarle sería suprimir la restricción y adquirir el poder, los privilegios que se supone le pertenecen. Se asume en tal sentido al padre como a la propia figura del tirano, entendida ésta como aquel que en lo social se hace con el poder y somete bajo su férula y capricho a los integrantes de la sociedad, borrando así las libertades y prerrogativas que concede el Derecho.
Pero, al menos hipotéticamente, ese alguien que goza sin restricción alguna es el ello, el cual, en su estado ideal es representado por el diablo, ser mitológico del catolicismo que, como propone Freud, representa al padre “malo” o pecador absoluto. En el análisis de algunas zoofobias se ve claramente cómo el animal que es admirado por el niño termina luego siendo profundamente temido, y lo que tanto admira en aquel es que puede satisfacerse de forma directa sin tener que reparar en normas o restricción alguna. Queda así en la zoofobia representado el temor a lo que profundamente se desea: la satisfacción irrestricta y absoluta.
Entonces no hay vivencia individual mas potente que nos lleve a reproducir la muerte del padre como hecho fantasmático, que el deseo de vivir las satisfacciones pulsionales a nuestras anchas y gozar de las complacencias que atribuimos a aquel en el supuesto de que al menos hay alguien que puede gozar sin consecuencias, alcanzando grados absolutos de satisfacción, bajo el supuesto de un protopadre injusto que se reserva los objetos y las formas de placer, mientras nos niega o restringe toda satisfacción, o al menos, las más esperadas.
El examen de la realidad hace notar a cada quien, lo ilusorio de esos deseos, se da cuenta que no puede alcanzar la posición del padre, que muy a pesar suyo habrá de asumir la condición de hijo, entonces ya que no puede obtener los privilegios del padre aspira a que se le trate en igualdad de condiciones que a sus hermanos: tiene esto que ver con el deseo en todo niño de ser el único en la relación, primero con la madre, de la que quiere su total concentración en él, lo que le lleva a querer borrar toda probabilidad de que aparezca algún competidor, por ejemplo, imaginando que ataca el vientre de la madre para que no tenga mas hijos o eliminando desde el vientre los competidores posibles, o atacando desde la fantasía, el cuerpo de la madre para eliminar los bebes que imagina como pobladores del mismo.
Mientras tanto va entrando en escena el padre, en un principio rivalizará con él del mismo modo como lo haría si apareciera un hermanito u otro agente que le robe las atenciones y el cariño de la madre, poco a poco se dará cuenta que aquel no solo le compite el amor de la madre sino que es el verdadero “dueño”, que tiene su posición bien definida entre aquellos: es el hijo para el cual esta prohibido el acceso carnal a la madre, tendrá que irse resignando a que aquel definitivamente le aparte de la relación amorosa que ha soñado con la madre, aceptando la superioridad física y psicológica del mismo, mientras que con los hermanos quiere ser, al menos el privilegiado de los padres, que le quieran por encima de los demás y le traten con una consideración especial, su fantasía es que aquellos le tengan en cuenta en todo y le participen de sus relaciones más íntimas: las sexuales y las agresivas, imagina estando en medio de los dos dándoles placer del modo como imagina pueda ser para ellos mas placentera, que le estimen tanto como estiman el pene en los intercambios íntimos y hacerse imprescindible para aquellos.
Se conforma con el trato equitativo de los padres con relación a los demás hermanos, que si no puede ser el primero para sus progenitores, que tampoco sea tenido en menos.
Es dentro de la vida familiar donde tiene sus asientos y se gesta el ideal de justicia y equidad, es allí donde tiene sus orígenes el Derecho entendido como el pacto social de convivencia en igualdad de condiciones y derechos.
Dice Freud en el malestar en la cultura a este respecto, que el paso de la sociedad primitiva como forma primera de organización, a la conformación de los estados, estuvo motivado por el intento de arrebatarle el monopolio del poder al mas fuerte mediante la unión de los mas débiles, fue una forma de darle estabilidad a la misma organización social, ya que el poder era arrebatado cada vez que el caudillo decaía en su vitalidad o aparecía alguien mas fuerte.
El estado aparece como el resultado de una alianza, un acuerdo entre los individuos para erigirlo como instancia reguladora y agente que vela por la justicia y así, mediar en las relaciones entre los ciudadanos. Lo que nos permite decir que cada sujeto espera ver representado en la organización estatal sus intereses, o al menos como instancia de regulación de los intereses privados para hacer valer los intereses públicos, haciendo que prevalezca el bien común sobre el bien particular.
No parece haberse dado en Colombia una transición de la organización social primitiva al estado moderno, pues la organización estatal, por lo que se conoce de la historia de la república desde 1819 (no la historia oficial manipulada e impuesta) parece que se dio como una farsa donde los comerciantes y hacendados, actuando como bandidos bucaneros llegaron al tiempo por el poder, hicieron el “mas justo acuerdo”, se repartieron el “marco de la plaza” como dice Neruda en su poema[4], los racimos mas jugosos de la patria o se enquistaron como fervorosos partidarios de una supuesta causa libertaria para traicionar, moldear las leyes y las instituciones a la medida de sus intereses, o se hicieron leguleyos, erigieron un estado para administrar sus propios intereses y siempre que un compatriota levanto su voz de protesta, puso de frente su dignidad, nuestra dignidad, para reclamar o protestar, lo eliminaron, le enviaron al presidio, al cepo o le impusieron el exilio, constituía una amenaza para el nuevo orden, necesitábamos quien nos libertara de los libertadores.
Pero el sátrapa tuvo siempre la dignidad de ladrón: tuvo miedo a que los esbirros del norte o el capital tras-nacional, declararan ilegitimo su poder, descubrieran la verdad tras la “santa democracia” erigida como fachada para el vil mercado del engaño, la mentira. Con su rabo de paja se asomo a la candela de los nuevos colonizadores y prosternándose agacho la cabeza, se mostró sumiso y obediente, aceptó ceder parte de sus privilegios haciéndose compinche de aquellos para el atraco popular. Repartió garrote, impuso cargas tributarias, a sangre y fuego impuso las ordenes del tirano, moldeo a su amaño la estructura social, declaro neo-liberal al estado para justificar la obligada entrega al poder multinacional, se pertrecho contra el inconformismo generalizado, declaró estados de sitio, estados de excepción, justifica elevados presupuestos en una guerra donde sus sabuesos también obtienen grandes tajadas del pastel.
Da esto origen a un interrogante ¿Cuál es el sentido de justicia en el estado colombiano? Cuando llegaron los españoles a América mancillaron la cultura amerindia. A fuerza de sangre, saqueo, dominación, castigo y adoctrinamiento sometieron a los indígenas arrasando sus líderes, sus costumbres y tradiciones; erigieron la religión suya como la única verdadera y a sus dioses como los más elevados y poderosos del "Olimpo". Inculcaron la culpa del sexo y el deber absoluto de obediencia al tirano, y parecían en varios aspectos ser enviados de una divina providencia.
Tres siglos pasaron hasta la emancipación del pueblo contra el poder español, pero quienes promovieron la gesta revolucionaria fueron los nuevos dueños del poder: comerciantes y terratenientes hambrientos del botín y la expoliación, quienes no siendo capaces de aportar el dinero para la causa libertaria, aportaron poco o muy poco de su capital, por lo que el gestor principal de la causa, Simón Bolívar, se vio obligado a buscar crédito con el floreciente imperio inglés para poder terminar la campaña libertadora. Se conformaban así los "héroes" criollos con ser intermediarios de un nuevo poder colonial con tal de asegurarse su parte en el saqueo y la rapiña.
Fuimos primero colonia española, luego inglesa, pasando mas tarde a la dominación norteamericana y finalmente al capital mundial que tiene su asiento principal también en los Estados Unidos de América. La clase dirigente de estos países que se alzó con el poder, no sólo ha reproducido la alienación cultural, económica y política al mantener al pueblo en la miseria intelectual y el adoctrinamiento religioso, sino que también, al ser vasallos fieles del sistema de opresión internacional o del imperio de turno, se han puesto como gendarmes o guardianes directos de la hegemonía o dominio imperial al ser los mensajeros y ejecutores de las políticas coloniales y neo-coloniales.
Hay detrás de una actitud tal, un auto-desprecio, una minusvalía personal que delata su estado de dependencia por parte de los dirigentes, donde el temor a perder los privilegios suyos, junto con la culpabilidad inferiorizante les ha puesto como dice el filósofo colombiano Fernando González "con un pie hincado en tierra para el extranjero y un garrote en mano para el coterráneo"(1971).
Se han asumido los dirigentes nuestros como seres inferiores a los colonizadores, a los cuales hay que agacharles la cabeza[5]. Y bajo sus intereses egoístas, la dignidad suya queda pisoteada por el imperio, dignidad pírrica que proyectan en el pueblo, produciéndose lo que en psicoanálisis se llama la identificación con el agresor, en donde, de un lado se le da la razón al tirano, y de otro, se adopta el despotismo de aquel contra los otros o contra sí mismo. Para el caso nuestro, al menos lo que parece más visible, es el pueblo propio el que es despreciado, devuelve el politicastro con creces contra su gente la inferioridad que ha sentido frente al extranjero dominante. Adopta no sólo las actitudes del conquistador sino también su ideología con la cual se convence y convence a su pueblo de que el tirano finalmente tiene la razón, por ejemplo, de que hay que ser muy juiciosos sacrificando el derecho a la educación y la salud para pagar una impagable deuda contraída con la banca internacional de usura. Neutraliza o anula la propia iniciativa y la del pueblo, quedando librado a la voluntad y aspiraciones del amo, claro está, en lo que tiene que ver con las iniciativas de mejoramiento de condiciones para sus gobernados, pues para sus intereses particulares esta continua intacta. Se ha asumido una actitud de auto-desprecio donde París o Nueva York, Londres o Madrid son portadoras de la "auténtica" cultura y de los ideales culturales más elevados, mientras lo propio, o no merece el auténtico reconocimiento, o hay que sentir vergüenza por ser sus portadores.
Se supone que los habitantes del país nuestro hemos delegado en el estado y en las instituciones las mas hondas aspiraciones de justicia en todo el sentido de la palabra. Es la justicia soporte, y razón de ser mas fundamental, de la vida en sociedad, puesto que según se propone en la carta constitucional, ella abarca el reparto de poder y la restricción del mismo, la igualdad de oportunidades, de derechos y deberes. Se supone que todos nos suscribimos a las normas (por cierto ubicuas y exhaustivas en Colombia), las mismas que apuntan a defender el bien común, que propenden por librarnos de las voluntades particulares e intereses monopólicos, cediendo en nuestras libertades egoístas, primarias y anárquicas.
En Colombia la constitución política consagra la justicia como un principio inalienable, es un elemento rector que da origen a toda institución democrática y constituye uno de los ejes centrales de todo orden social que se erija sobre el derecho democrático y que busque preservarse en el tiempo. Sin embargo, parece más motivo de discurso y de exaltación ideativa. Pues en la practica, en la realidad de los hechos se evidencia que todo parece un lindo sueño, una utopía o un ave esquiva que rehúsa asentarse en nuestro territorio, la sociedad que tanto anhelamos parece estar condenada cada vez a posar sobre el papel y los grandes discursos de políticos y lideres sociales, pues la realidad parece poner mas distancia frente al ideal; así es en el plano de lo económico, cuestión que confirmamos en las estadísticas crecientes de indigencia, pobreza desempleo, sub-empleo y empleo mal remunerado y con pocas garantías de dignificación. Para muestra un botón: mientras la economía nacional creció cerca del 15% en el periodo 2004-07, el nivel de pobreza pasaba según el censo del Sisben, de veinte millones a treinta, y la indigencia sumaba ocho millones. Son cifras escalofriantes cuando apenas contábamos con cuarenta y cuatro millones de habitantes. En el campo del empleo, ni se diga: “En Colombia tienen corroído el carácter más de 2 millones quinientos mil desempleados, siendo la cifra más alta de América Latina, según datos disponibles en Bloomberg para 11 naciones del continente. Aquí, al desempleado lo tenemos prácticamente tirado en el pavimento. Colombia tiene un porcentaje de dos dígitos en desempleo, el 12%, el más alto de América Latina, y la informalidad ronda el 59%. Y el resultado para las empresas son altos dividendos económicos y para los trabajadores altos grados de ansiedad y pauperización[6].
También en el campo de la operatividad del aparato judicial, Colombia deja mucho que desear, pues según Camilo Romero en su libro Del Secuestro Y Otras Muertes, de cada cien sujetos que cometen actos delictivos en Colombia sólo entran a la cárcel el 10%, el otro restante 90% o “no son casos denunciados, no son perseguidos o no son condenados”[7]. De la totalidad de la población carcelaria sólo el 25% esta condenada en segunda instancia, lo que indica que el restante 75% pueden ser inocentes con cerca de un 48% que apenas están sindicados[8]. Y la gran mayoría son de las clases menos favorecidas, son “…los forzados a delinquir porque no han tenido la posibilidad de sobrevivir sino al margen de la ley. Estos últimos, capturados por millares, componen el grupo mas amplio de la población carcelaria. Son personas con tradición familiar en la delincuencia, que dependen del trabajo marginal y delictivo, carentes de medios personales familiares y sociales” [9]
Predomina así una impunidad que no es producto de la casualidad, pues como bien lo sugiere Claudia Cáceres (2008)[10], es parte de la dinámica que el sistema mantiene para perpetuar el estado de violencia, así nos dice: “la impunidad no se produce por la ineficiencia del estado, ni por falta de información o de recursos técnicos o por su incapacidad para dar respuesta a estas situaciones. Por el contrario, hace parte de la lógica que rodea o determina estos crímenes, es precisamente esta impunidad la que brinda todas las garantías para que los crimines sigan siendo cometidos, para que los victimarios puedan seguir actuando, para que los responsables no sean castigados”[11]
Cabe la pregunta ¿Por qué le interesa a los dueños del poder mantener el estado de violencia y de injusticia? Es un tema muy discutido y un poco gastado en las lecturas sociológicas que proponen la ley del miedo como forma de sometimiento, sin embargo queremos referirnos aquí a otro aspecto y es el de la culpa, aspecto que apunta mas a las dinámicas psíquicas, sin dejar de reconocer que la ley del miedo tiene su parte. Donde no hay culpables todos somos culpables ante nosotros mismos y sospechosos ante los otros, “quien este libre de culpa que tire la primera piedra” reza la cita bíblica que maniqueamente invita a callar las injusticias, los atropellos, a no reconocer y señalar a los responsables de pequeños y grandes crímenes, pues si usted es culpable ¿con que derecho reclama? Siendo este un principio con el cual la aristocracia, y últimamente cleptocracia ultramontana gobierna y ha gobernado el país, ya que si todos somos culpables no hay porque reclamar, hay que seguir escondiéndose, pues todos tendríamos rabo de paja. La responsabilidad de unos pocos se diluye como culpa colectiva, en una semejanza asombrosa con el funcionamiento económico: se socializan las perdidas, se privatizan las ganancias. Lo que en el funcionamiento de la in-operaratividad de la justicia se presenta en el beneficio para el hampa mientras el colectivo carga con la culpa de la criminalidad impune.
Por otro lado, la culpa es la que alimenta el fracaso individual, la enfermedad somática y psíquica y en especial, para intereses de las castas dominantes. De otro lado, la socialización de las culpas nos empuja a muchos a la indiferencia como reacción defensiva. Se trata allí de negar la responsabilidad que se nos quiere endilgar, como quien diría: “a mi no me echen culpas que yo no participo en nada, no tengo que ver con ello”, con todas las desventajas que ello trae como la apatía social, insensibilidad frente al sufrimiento ajeno, entre otros.
Todos y cada uno tenemos algo de admiración, aunque sea secreta, por quien comete actos criminales en la medida que también desearíamos transgredir, pero nos disuade, en parte, la sanción social o de la supuesta divinidad, o las dos, es decir en la medida que sabemos que alguien nos puede castigar dejamos de lado dichos propósitos, de tal modo que cuando no se ha introyectado la norma o ésta no esta sólidamente instalada en la vida interna, lo que sirve de contrapeso a nuestros deseos es la coerción externa, coerción que está representada en las instituciones judiciales, pero si éstas no funcionan o tienen unos márgenes tan escasos de efectividad como en el caso colombiano, queda abierta la posibilidad de pasar de la tentación al acto, de la admiración hacia el llamado criminal a la emulación concreta, pues lo tabúes culturales se mantienen en la mayoría de casos en tanto pende sobre nuestra cabeza la amenaza del castigo. Si atrevernos a propasar las normas nos enfrenta a cualquier tipo de sanción y ésta no es mas que una remota posibilidad, delinquir puede convertirse en una forma de vida.
De otro lado, ni que decir de la opresión social que realizan tanto el estado como los grupos al margen de la ley, quienes expropian, desplazan, extorsionan, amenazan, secuestran, trafican con drogas ilícitas, eliminan sindicalistas, periodistas y lideres sociales, pero finalmente no aparecen los culpables y si aparecen están por fuera del alcance del sistema de justicia ya porque compran jueces, fiscales, testigos, eliminan pruebas y testigos, chantajean, entre otras, o ya por su estado clandestino.
En la medida que el sistema de justicia goza de un perfil de tan baja operatividad, estimula el delito antes que disuadirlo, genera una consciencia en el individuo con fuertes tendencias al mismo, como que si lo “agarran” es por de malas, y mientras tenga dinero y/o cómplices en el sistema podrá evadir la justicia.
De otro lado, cuando la situación individual esta fuertemente inclinada hacia los actos delictivos, la identificación con quienes utilizan la delincuencia como medio de poder tiende a hacerse manifiesta, pues inconsciente o conscientemente nos decimos “si alcanzar el poder significa pasar por encima del otro, echar al traste los principios y valores sociales, entonces que mas da”. Y es que inconscientemente percibimos a quien triunfa haciéndose con el poder y el respeto de los demás como modelo, de ese modo quienes alcanzan un poder así sea local en una comunidad, se convierten en alguien digno de emular, no importa los medios. De ello da muestra el que los niños que ven pasar al matón del barrio o al jefe de banda quieran imitarle o den muestra de alguna admiración, ya que lo importante en la mentalidad infantil es alcanzar una posición semejante, primando allí mas las posiciones egotistas que las altruistas, pues estas últimas se construyen y se refuerzan en los procesos de socialización, sin querer decir con ello que muchos niños no presenten ya tempranamente actitudes filantrópicas. En el campo de lo social queda ello mucho mas lícito si los que delinquen son aquellos denominados padres de la patria o los llamados ladrones de cuello blanco, quienes supuestamente avalan o no la institucionalidad.
En nuestra realidad inconsciente continuamos siendo los niños a los que no nos importaba si nuestros modelos eran o no altruistas, éticos o trasgresores, lo importante allí era que aquellos alcanzaban lo que querían, les veíamos como triunfadores, luego en el proceso de socialización fue donde aprendimos los valores de convivencia, el respeto y la consideración por el semejante, entre otros, si esos modelos los comportan. Y si muchas de las autoridades sociales, que son a la vez morales, sustitutos de las autoridades infantiles, no tienen la posición ética que predican, ostentan posiciones sociales y económicas que han ganado robándole al mismo estado o manipulando las leyes para su beneficio, señalan un camino de delincuencia e impunidad como modelo de interacción social. Entonces el estado, en manos de politicastros demagogos, de funcionarios corruptos, como dice Libia E. Ramirez, se convierte “en un padre que no representa la ley, él mismo es la ley, en tanto no reconoce una ley mas allá de la suya y la ejerce de manera caprichosa y autoritaria, en beneficio personal, desconociendo los ideales (necesidades y demandas[12]) comunitarios”[13].
Si lo que vemos a diario es que el sistema estatal es utilizado por los grupos en ascenso económico, por los dueños del poder productivo, los puestos burocráticos es una torta que se reparten los politicastros para alimentar el sistema de corrupción, el estado sólo puede aparecer como una organización codiciable para quienes la sed de poder se orienta hacia lo económico y el dominio y manipulación de los otros. Cabe aquí citar a Carlos Gaviria cuando invoca a Platón: “la propuesta platónica consistía en que el filósofo sería el que gobernara, pero sobre la premisa de que el hombre sabio y el virtuoso son uno mismo y que la tarea del gobernante es ante todo una tarea pedagógica: demostrar cuál es la virtud y cómo se practica. Aquí, por el contrario, y no creo que a alguien le quede duda, para lograr la reelección se compraron votos y se sobornó gente[14]. Si ese ejemplo se da desde arriba, ¿qué conclusión puede sacar el ciudadano corriente? Si estamos en una guerra y para ganarla hay que matar inocentes ¿hay que hacerlo? pues entonces no nos quejemos de que haya en Colombia ese irrespeto total por la vida y una especie de anomia, en el sentido de que las reglas –ni las jurídicas, ni las morales– son capaces de conducir a la convivencia por cauces de civilización” [15], la cuestión es pues hasta de sentido común, ya que si los conductores de la sociedad son inferiores a la misión pedagógica, se muestran interesados solo en el beneficio personal o de ciertos grupos, familiares y/o sociales, engañan desde sus posturas demagógicas, manipulan sin escrúpulos, pues, qué se podría esperar del hombre común. En esta perspectiva hay es que darse por bien servido con respecto a lo que pasa en Colombia, ya que el descontento crece en las mayorías excluidas y los sistemas de opresión y alienación social son los medios de control contra el inconformismo creciente.
A este respecto el reconocido psicólogo social Ignacio Martin Baró propone:
"casi sin darnos cuenta nos hemos acostumbrado a que los organismos institucionales sean precisamente lo contrario de lo que les da la razón de ser: quienes deben velar por la seguridad se han convertido en la fuente principal de la inseguridad, los encargados de la justicia amparan el abuso y la injusticia, los llamados a orientar y dirigir son los primeros en engañar y manipular"[16].
Aunque aquello lo dice basado en lo que percibe en la sociedad salvadoreña de finales de la década de 1980, se aplica con mayor rigor y para todos los tiempos a nuestra sociedad colombiana, pues como sabemos, las oligarquías se las han arreglado, en especial con el poder que otorgan las armas y la fuerza bruta, para alzarse con el aparato estatal y de gobierno.
Ya para el caso de quienes tienen las mismas tendencias y son excluidos de los beneficios, oportunidades que ese mimo sistema ofrece, les queda el camino de la oposición en varias direcciones: se convierten en grupos políticos que aspiran al poder, conforman grupos de oposición armada cuando el estado se des-legitima a sí mismo al ser unos pocos quienes se alzan con el poder, mientras aparecen los llamados delincuentes, quienes identificados con el tirano buscan el poder por la fuerza. Hay un tercer grupo que no busca el poder en sus formas directas o ha renunciado a él debido a las inhibiciones internas
Caben aquí las palabras del poeta:
Aquí nos toca llorar mientras vemos al pobre pasar,
la impotencia carcome nuestro pecho
porque el derecho funciona muy lindo en el papel:
mientras la justicia cojea y pocas veces llega
el crimen campea, el juez como el diputado se unen al criminal
para salvar la santa democracia y como si fuera poca gracia,
entregan el país con tal de beber en la copa del potentado o
recibir la migaja que sobra en la danza del millón.[17]
Notas pie de página.
[1] Camilo Romero, Del secuestro y Otras Muertes, 2003, p.21.
[2] Según Carl Sagan Y Ann Druyan en Sombras De Antepasados Olvidados. Bogotá: Planeta 1992.
[3] La creencia del retorno de los muertos es algo inconsciente en la actualidad y aparece bajo el mito de los muertos vivientes de las películas y de algunos duelos patológicos, entre los hombres primitivos era una realidad que llegó a cobrar una fuerza tal, entre algunos pueblos. que los egipcios, por ejemplo, construyeron los grandes sarcófagos de piedra para evitar el retorno de los muertos y enterraban a estos con sirvientes y provisiones para que pudieran sentirse confortables sin anhelar nada de lo que tenían en vida.
[4] Las oligarquías, obras completas tomo 1.
[5] Hay que ver a Uribe junto a Busch, parece querer escurrirse, se encorva y le hace la venia cual niño frente a su padre amado y temido.
[6] La Corrosión del Carácter. Mauricio Castaño, en el tiempo. Abril 29 del 2009.
[7] (p40).
[8] 26.838 sindicados de 62541 para el 2003 según estadísticas del Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario (INPEC)
[9] op cit p. 42.
[10] Citada por Gonzálo Sánchez G. et al, en Trujillo: una tragedia que no cesa.
[11] Ibid, p.22
[12] Lo del paréntesis es nuestro.
[13]Libia E. Ramirez. Psicoanálisis, Cultura y Contemporaneidad, un referente para leer las nuevas formas de expresión de la violencia. En revista FUNLAM vol1,no2, feb. 1999, pg.79.
[14] Se refiere a la compra del voto de los diputados Yidis Medina y al parecer Teodolindo Avendaño por parte del gobierno de Uribe Velez.
[15] En entrevista concedida a Margarita Vidal, publicada en El País de la ciudad de Calí, el 25 de Enero de2009.
[16] Ignacio Martin Baró, citado en Ignacio martin Baró, 1942-1989, pag 4. http://www.uca.edu.sv/martires/ignaciomartinbaro.htm
[17] Poema inédito del mismo autor de este texto.
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