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Hoy, continuamos aquí, también por este medio, virtual, compartiendo nuestro recorrer en un discurso, el del psicoanálisis, discurso que nos ha tomado por su cuenta y hecho de nosotros, lo que hoy vamos siendo....

Humanos comprometidos con la vida, con lo humano, con las letras que nos acompañan y los sentidos que extraemos de ese saber oculto aunque presente, siempre, en todos: lo inconsciente.


Estos términos dicen en griego y en español, lo mismo, aquel álito de vida del que nuestra tarea se ocupa en proteger.

de ustedes,
Fernando Calle
Psicoanalista

2010/03/31

Los celos

Los celos

   Los celos como una de las pasiones más intensas que puede experimentar el ser humano y bajo cuyo efecto se pueden cometer las más disparatadas locuras, tienen su asiento en la temprana infancia, en los afectos y vivencias que permanecen inconscientes desde aquellos estadios tempranos. Aunque muchos psicólogos creen que es un mecanismo singular que tiene sus raíces en tiempos prehistóricos cuando se fundó la institución monogámica, y el cual tendría “la función particular y universal de permitir la construcción de una relación monogámica, fiel y estable “(tiempos del mundo Año 7 No 50 semana del 12 al 18 de diciembre/2002 p. 35), es para nosotros una reacción presente desde la infancia temprana frente a la amenaza de perdida por desplazamiento del o los objetos amorosos.
   Sería difícil de rastrear científicamente si decimos que fue un mecanismo empleado en épocas pretéritas y luego somos todos y cada uno herederos del mismo, lo que con evidencia muchos podríamos refutar ya que conocemos sociedades poligámicas como la islámica por ejemplo; o si es un mecanismo propio de todo ser humano con base en la historia singular infantil, el cual da origen, en algunas culturas, entre ellas las occidentales, a la relación monogámica. En el trabajo investigativo desarrollado en la consulta analítica, del caso por caso, se hace más evidenciable esto último.
   La primera situación, en cambio, nos dejara por fuera de toda posibilidad de acción modificadora, nos constriñe a un único camino: es algo heredado y no hay nada que pueda hacerse, cuando más se podrán crear medios paliativos, pero nunca superables de la tendencia celotípica, tan poderosa en ciertos sujetos; además que nos saca de toda posibilidad de poder corroborarla en un trabajo investigativo.
    Otro argumento que refuta aquello del mecanismo monogámico de los celos es que los celos no se reducen ni pueden ubicar únicamente en las relaciones de pareja, por el contrario rondan todo tipo de relación humana. Así se presentan entre hermanos, compañeros de trabajo o de estudio, amigos y aún, con el conocimiento, el deporte, entre otros.
    Los celos están motivados por factores múltiples del orden inconsciente; factores que pueden cobrar predominancia, de modo unilateral, en un momento dado; que pueden combinarse entre sí o complementarse.
    Antes de proseguir definiremos los celos como una reacción manifiesta o no frente a la posibilidad real o fantaseada de perder el objeto amado y los beneficios que en la relación con el mismo obtenemos. Reacciones que pueden variar desde una actitud indiferente en apariencia, hasta ataques furiosos contra el ser amado o contra aquel o aquello que sentimos, nos disputa la posesión o favores del objeto. Tomando en cuenta que objeto aquí es todo aquello que atrapa nuestro interés, así definimos por objeto una actividad, un sujeto, un bien material, entre otros.
    En toda relación humana se presentan los celos en tanto estas reeditan unas relaciones de la infancia temprana caracterizadas por la rivalidad y la competencia por tanto, por el amor de la madre, por el amor del padre, el de éstos frente a la aparición de un hermanito; el del hermano, en relación con otro, sentido como rival.
    En otros términos, todos los seres humanos en la medida que somos demandantes de afecto, no queremos perderlo, una vez lo hemos conquistado. Sentimos en peligro el amor conquistado en mayor o menor medida, con mayor o menor intensidad, como decíamos, por factores múltiples: hay unos celos que son connaturales al amor y es que cuando amamos a alguien lo convertimos en depositario de buena parte de la libido o energía psíquica nuestra, por lo cual queda el yo nuestro empobrecido, lo que nos lleva a sentirnos poca cosa frente a alguien o algo que nos quiera desplazar en relación con el mismo. Pensemos en los tiempos en que hemos estado enamorados: nos centramos en el otro, en lo que dice, hace, en sus rasgos y expresiones; cuando estamos con él, y cuando no, le recordamos, imaginamos qué estará haciendo, con quien estará, como le habrá ido, que decirle al reencuentro o, a donde invitarle.
    Significa ello que la energía psíquica está prácticamente dispuesta para el objeto, en buena medida, nos sucede algo así como quien teniendo dinero, lo ha invertido en títulos de valor, no puede disponer de éste y luego tiene que sentirse pobre, su capacidad de compra se ha reducido considerablemente; sólo que en el caso del enamorado el sentimiento de pobreza y limitación se da como una imposibilidad de poder apreciar con justeza los atributos y valores propios, por lo que es fácil que se vea en desventaja frente a un tercero y en riesgo de ser desplazado por el ser amado, en quien imaginamos, puede preferir al rival nuestro.
   En el estado del enamoramiento tiende a revivirse, además, la situación del conflicto edípico, en donde el niño o la niña queriendo conquistar el amor exclusivo de papá o de mamá se enfrentan a la existencia de un rival potente, al que sintió, sin lugar a dudas, muy superior a él o ella. En otras palabras, la situación del conflicto edípico le puso frente a un competidor o competidora con el cual las posibilidades de derrotarle, eran bastante remotas. En tanto más se intensifique la reviviscencia de tal conflicto en una relación cualquiera, mayor tendrá que ser la intensidad de la angustia, la grandeza del rival, real o fantaseado, y mayores serán los riesgos de reproducir una relación puerilizada, caracterizada ésta por una desconfianza grande hacia el ser amado, pensando que nos habrá traicionado en cualquier momento, al punto que pensamos que no es sino que nos descuidemos, para que el otro u otra ya esté jugándonosla o las infidelidades; caracterizada por los celos, la mayor parte de las veces infundados, es decir, sin causa real, y por la rivalidad con todos aquellos que osen acercarse a nuestro ser amado, viéndoles como enemigos que hay que atacar o contra los cuales hay que sentar algún precedente de orden agresivo.
    No sólo se viven los celos puerilizados con respecto al ser amado, también existen, y son muy comunes los celos profesionales, en donde vemos rivales por todas partes, posibles adversarios que nos pueden desplazar en el ejercicio de nuestro cargo o funciones, lo que algunas veces nos lleva a proceder de manera mezquina frente a compañeros y subalternos. Es un poco de lo que patrocina la sociedad capitalista donde el otro antes que un aliado o un posible colaborador no es más que un competidor al cual hay que salirle adelante, antes de que nos lleve por delante. Allí la vida no es una posibilidad para la realización singular y colectiva, sino una pista de carreras donde lo que hay es que, ser el mejor aún por encima del semejante, esto es, sin importar si nos llevamos al otro por delante.
    La reviviscencia del conflicto edípico en las relaciones posteriores a las de la infancia, nos hace también virar de unas fantasías amorosas hacia la madre a unas fantasías amorosas hacia el padre, de tal manera que los objetos amorosos aparecen unas veces como los que no queremos perder por nada del mundo y otras veces aparecen como rivales frente a un tercero posible.
   En un nivel manifiesto puede aparecer la escena de celos, riñéndole a alguien por dedicarle más tiempo a otros, al trabajo, al deporte, pero en el fondo, puede no ser mas que el enojo, porque no hemos sido nosotros los que hemos estado en su lugar, le sentimos como quien nos arrebata aquello que deseamos sea nuestro y de alguna manera no hemos logrado y ni siquiera hemos intentado conquistar, por represión, por ejemplo, de la homosexualidad. Se ve claro esto, allí, cuando el amante encuentra o descubre en flagrancia de infidelidad a quien dice querer tanto y no ataca al rival sino que ataca es, a quien esta en el papel de pareja. En parte es verdad el enojo allí por la decepción fuerte que le ha dado, el enojo por verse traicionado, pero si se ama por encima de lo que se envidia, no ataca uno a quien ama de entrada, la tomará contra quién es percibido como rival y representa una amenaza para la pervivencia de la relación.
    Tenemos de aquí que una envidia fuerte puede revestirse de ataques de celos: se quieren defender los atributos y posesiones del otro o de la otra para conquistar aquello que en el fondo se desea pero no se reconoce de manera consciente. Así hay quienes, reprimiendo su homosexualidad, hacen pareja heterosexual, en parte como defensa contra las tendencias internas de tal orden y se la pasan reprochándole y aún agrediendo a la otra u otro por, como camina, como mira, como viste, como conversa, como se relaciona, como piensa, las amistades que tiene, entre otros motivos; bajo la excusa de que parece esto, que parece lo otro, que es que no quiere que nadie le mire, nadie le hable, porque dice que le remuerden los celos; en realidad puede que no sean los celos, tal vez sea la envidia, querrá que aquello que no puede lograr para sí, otro u otra tampoco lo tengan.
    Para hacer síntesis, una diferencia básica entre la envidia y los celos es que en la primera se ataca al objeto por sus cualidades, atributos y valores, mientras que en los celos se ataca es a quien amenaza con desplazarnos con respecto del objeto de amor nuestro, quitarnos el lugar o condición de privilegio.
    Otra de las fuentes de los celos es la infidelidad fantaseada y/o actuada que ha sido reprimida y proyectada sobre el objeto, en un “yo no soy quien quiere traicionarte, eres tú quien me traiciona” y entre más fuertes se hagan las fantasías internas y más frecuentes las actuaciones de la misma (sobre todo cuando se actúa por compulsión), mayor es la tendencia a sentirse traicionado, convirtiéndose en delirio en muchas ocasiones, donde el sujeto encuentra evidencias por todo lado. Claro que suele suceder ésta también, cuando son las fantasías homosexuales objeto de represión, pues se desea a un objeto que, se supone; el celado desea, en otros términos, se cela al otro para impedir que éste se relacione con quien se desea tener o conquistar, no para evitar el riesgo de perderle.
   Quien se conduce en su fantasía, y con algunos actos quizá, de modo infiel, y en la medida que no puede reconocer en sí mismo tales tendencias, y aun reconociéndolas en parte, tiende a comportarse de modo celoso, creyendo ver y oír cuestiones que siente como amenazas a su posición frente al ser amado. A veces ocurre que el otro u otra son en realidad infieles, y es ahí donde más insoportable tiende a tornarse la relación, sobre todo para quien resulta más sensible en este sentido, y/o da con un infiel sádico que no se contenta con estar con alguien más, si no que se lo pasa por el frente.
    Hay en toda relación un deseo de exclusividad, ser los únicos en la relación, y si no, por lo menos ser los más importantes. Cuando esto se acentúa hay una tendencia a querernos apoderar del otro, que sea un reemplazo de la madre ideal que siempre quisimos tener: alguien centrado en nosotros, que sólo existe para atendernos, cuidarnos y hacernos valer ante el mundo, que no se separe ni un instante, o si lo hace, sea girando en torno a nosotros mismos. Cuando en las relaciones no admitimos o nos enojamos cada vez que el otro u otra, sea amigo, hermano, padre o sustituto, u otro mira a alguien o le presta atención a alguien, es porque queremos que exista para nosotros exclusivamente. Que ponga a girar su vida alrededor nuestro. Allí no hay amor, hay manipulación narcisista: nos sentimos el ombligo del mundo y queremos que los demás nos traten como tales. No estamos teniendo en cuenta más que nuestro propio deseo y queremos, de modo caprichoso, que los demás renuncien a ellos mismos, a sus deseos, relaciones y aspiraciones para que se pongan al servicio nuestro.
    Aquí caemos la mayoría, por lo menos en lo que respecta a la relación de pareja. Queremos que el otro haga lo que pretendemos, determinamos con quien y a que hora relacionarse. Convirtiéndose la relación en un medio más de opresión, a veces exagerado, en donde el otro u otra tiene que renunciar a sus relaciones y aún a su  realización personal dizque como prueba del amor que nos ofrece.
    Una cuestión que resulta ser la otra cara de esto, es la fantasía de algunos amantes que quieren y aún tienen la ilusión de copar al otro/a, de brindarle todo, que se sienta tan satisfecho/a saciada o saciado que no necesite más, y por tanto, no tenga que buscar a otros/as, otras distracciones, etc. Así dicen algunas señoras “ah, es que él no tiene nada que buscar en la calle, aquí lo tiene todo”. Lo entregan todo en la relación, convirtiéndose en unas madres “ideales” para que el otro no tenga motivo de ir a dejarles o, ir a traicionarles y luego se ven enfrentadas a decepciones amargas, pues nadie puede llenar a otro ciento por ciento. Dijéramos que la personalidad es como un poliedro y en cada arista puede encontrarse compatible con diversos sujetos, de tal manera que una arista, reclama unas situaciones y sujetos que hasta se contrapone con otra faceta. Alguien, por más compatible que sea, llenará, cuando más, dos terceras partes del poliedro que es el otro, pero nunca le colmara.
    Ese deseo de colmar es la proyección de un amor narcisista absorbente: quiere que se centren y sacrifiquen por él o ella y adopta el papel activo, suponiendo que sabe lo que el otro u otra desea. Así los sujetos que se entregan de un modo “completo “- y lo decimos entre comillas porque no es así en tanto el otro u otra no se acomodan a su posición- vienen las protestas. Es decirle al otro implícita y aún explícitamente “yo te doy todo, no me vayas a traicionar, te colmare de atenciones y cuidados” y luego aquel aprovecha para  ”parasitar” o sencillamente, no puede responder a lo que el otro pide, tal vez su patología o sus condiciones se lo impidan.
    De otro lado, ese deseo de colmar al otro tiene otra cara y es la de sentir que se necesita al objeto para vivir, internamente el sujeto siente que aquel es irremplazable, “dónde voy a conseguir a alguien con sus cualidades” decía alguien en análisis, y en al medida que se convierte al otro en una parte indesligable de la vida propia se busca asegurar su presencia, su amor y consideración mediante un centramiento en él o ella, a tal punto que busca anticiparse a lo que aquel quiere o necesita, aún bajo el sacrificio de los propios intereses y aspiraciones. Es una posición narcisista donde el sujeto aspira, inconscientemente, que la imagen que da al objeto le sea devuelta, es decirle “vea, así como yo soy con usted es que quiero que usted sea conmigo”, una imagen que intenta reproducir por contagio emocional. El problema es que ello se hace bajo un estado de depreciación de si mismo, de las capacidades y cualidades propias y por presión de una parte interna que no solo le reclama una ocupación continua del objeto, sino que, también le critica y descalifica los esfuerzos que hace, haciéndole sentir cada vez menos merecedor del amor del objeto. Aquí el superyó que se ha vuelto particularmente cruel y exigente se ensaña sobre el yo haciéndole sentir singularmente pequeño y carente, le compara con los demás encostrándole y humillándole por sus limitaciones. Si nos detenemos un poco veremos una dependencia con el objeto que reproduce la situación del bebé frente a la madre, lo que explica la necesidad inminente del objeto y nos da a entender que prima en la relación no el amor si no la necesidad.
   Como ya se planteó, es propio de las relaciones Interhumanas, los celos. Sin embargo hay grados enfermizos, o mejor, se hacen enfermizos cuando sobrepasan cierto límite. Su trasfondo es un sentimiento inconsciente de inferioridad en el cual actúa un superyó sádico que va martillándole al yo masoquista, de un modo casi permanente, sobre las limitaciones, errores y fallas suyas; lo está comparando de modo más o menos continuo con los demás, le señala lo pequeño e insignificante que es con respecto al ideal que también le exige cumplir o alcanzar.
    Ese sentimiento de inferioridad mantenido por las relaciones internas entre el yo y el superyó, hacen sentir al sujeto, en lo manifiesto, inseguro de las posesiones y atributos propios, es por ello que se va a sentir poco digno de ser amado/a, piensa que los demás si merecen que se les quiera, que los otros si reúnen las condiciones para ser reconocidos, admirados y queridos. El retintín de esa parte que le acusa y le tacha de indigno o indigna le lleva a un estado de angustia o, mejor, despierta los estados de angustia que en la infancia vivió ante la posibilidad imaginada o real de perder el amor, la protección, atención y los cuidados de los padres. Así al sentirse tan poca cosa piensa que cualquiera puede ser mejor que él o ella y más amables, por tanto.
    La rivalidad es vivida de manera muy temprana por el niño y se hace bastante intensa en muchos casos, y ante la cual responde con fantasías variablemente intensas de aniquilación contra quien viene a quererse apoderar del objeto amado. Bueno, en parte, no es que los que son sentidos como rivales se quieran apoderar del objeto, si no que el niño al querer apoderárselo, cree que los demás vienen con el mismo propósito. De igual manera, quiere acabar con el que siente como rival y luego tiene mucho miedo que sea el rival quien vaya a aniquilarle.
   El sentimiento de inferioridad en el niño y en el adulto, sea muy fuerte, o sea moderado, corresponde o es recíproco con las fantasías destructivas que hubo de experienciar el niño desde los meses primeros en relación con el pecho y la madre, las que reprodujo después en relación con otros objetos que hubieran de reemplazar a aquellos, es decir, igual fantaseará el adulto acabando con los objetos actuales de relación, de los que cree que pueden llegar a descubrir sus impulsos y castigarle cambiándole por otro u otra, o abandonándole.
    Cómo podemos ver, se deriva el sentimiento inconsciente de inferioridad de una gran culpabilidad. Afecta este, como se habrá de ir notando, más allá de las relaciones de pareja, es así como hay quienes se sienten traicionados por la esposa o el esposo, los amigos, los familiares y la vida misma; como también hay quienes no se sienten dignos de las relaciones, cualquiera que sean, piensan que son prescindibles y que en cualquier momento les pueden cambiar por otra sujeto u otra cuestión (la ciencia, el deporte, el arte,…) se asombra cuando alguien le brinda afecto o le reconoce lo importante que le resulta en su vida, o cuando le reconocen algún valor.
   Bajo ese sentimiento de inferioridad, se vive en un mar de incertidumbre porque además de que se quiere conservar a los objetos, en tanto los necesita y demanda amor de ellos, se ve en desventaja frente a la mayoría, si no frente a todos.
    A pesar de que ese sentimiento de inferioridad tan potente constituye una expresión de la autovaloración inconsciente en exceso empobrecida, tiene otra cara de trasfondo, es la situación inversa de sobrevaloración de si mismo o de una parte de sí mismo, la cual aparece en los momentos y periodos quizá, de exaltación maniaca, en donde el sujeto siente que no necesita de nadie, que puede echar a todos al carajo, “al final no sirven para nada, son muy poca cosa, no merecen nada”. Lo que quiere decir que es en los estados depresivos donde se identifican de un modo total con el objeto maltratado y despreciado, al punto que se confunden con él. De tal modo, cuando el sujeto deprimido dice “es que no valgo nada, no sirvo, debería morirme”, psicoanalíticamente entendemos que ese desprecio radical va dirigido es a otro que figura en la esfera de las representaciones de los objetos tempranos y, tal vez esté representado en algún objeto externo con el cual esta en conflicto actual. Esto se da aunque en apariencia el sujeto nos dé razones de gran peso para justificar los auto-ataques.
    Claro que la minusvalía que nos refiere el depresivo tiene también que ver con el bebé quien se sintió muy poca cosa en relación con la madre de quien dependía en absoluto y a quien temía perder, sentía que sin ella no podía vivir. En le estado depresivo cobra fuerza el temor a perder al objeto sustituto externo, a la vez que la culpa hace sentir que no se lo merece. Una parte interna suya le dice algo así: tu no mereces nada de las bondades del objeto, eres indigno/a de él; mientras que otra parte sufre la angustia mas potente al sentir el riesgo inminente de perderle.
       Para que nos ubiquemos mas o menos en la situación pensemos en el enamorado que siente que sin el amor del otro/a no puede vivir, y si vive, todo perdería sentido para sí, pero le consterna el hecho de sentir que su objeto tiene razones más que sobradas para abandonarle, cambiarle o echarle al olvido. Ya imaginaremos por qué es tan fuerte la angustia en estos casos, pues es enfrentar el vacio, la muerte misma con la perdida del objeto. Es por ello que al sujeto le entra el desespero con solo imaginar la perdida y quiere asegurar la presencia del objeto, así sea obligándole a permanecer a su lado, a asegurarse la continuidad de la relación inspeccionando todos sus movimientos y pidiendo cuentas de un modo o de otro. Cuando esta situación se va al extremo, surge la obsesión: deja de hacer sus cosas para seguir y vigilar a su objeto, siente una gran angustia al no estar a su lado temiendo que no regresará, que le saca el cuerpo, que le miente para ir con otro/as, por lo que si no le esta llamando, se aparece de repente, pone vigilantes o indaga en extremo a la hora de los encuentros, cuando no es que combina esas reacciones en medio de la inseguridad sentida.
    Se presentan dos actitudes frente a los celos: una es el reclamo mediato o inmediato y hasta la escena pública de celos, muy intensa y común entre los enamorados. La otra, es la de la negación de los celos que se manifiesta regularmente con una actitud de indiferencia, con un no me importa.
   En la situación primera hay grandes ventajas para la sujeto, entre ellas el que pueda desahogar su rabia y su dolor, llegando a poder hablar y aclarar las cuestiones, las que pueden obedecer, muchas veces, a malos entendidos o pueden basarse los celos en supuestos del sujeto que esta prevenido/a ante la posibilidad de una traición. Prevención que les suele llevar a ver y oír cuestiones donde no las ha habido.
   Otra ventaja es que cuando sobrepasan los celos ciertos límites, pueden ser reconocidos como un problema muy personal, si la tendencia no es a echarle la culpa a los demás, lo que es básico en la búsqueda de ayuda adecuada para superar la situación.
    La otra posición, la de la negación, resulta bien desventajosa para el sujeto porque además de atragantarse con su enojo, tiende a no buscan ayuda. Este tipo de sujetos tiene temor a que le vean como un celoso y a que le tilden como tal, no quiere molestar a los demás con sus problema y tiene temor al rechazo, se siente indigno del amor de los otros y siente que si les reclama o reconoce los celos ante ellos, se pone en mayor desventaja aún, de la que ya siente. Por otro lado, si busca ayuda, los demás van a darse cuenta y eso va contra la imagen que quiere reflejar: de alguien tranquilo, que pone poco problema, seguro de lo que tiene.
    En la negación de los celos está también la posición activa donde operan un es mejor despertarlos que sentirlos. Es el caso del sujeto que se conduce de un modo defensivo en la relaciones: cree que el otro u otra va a traicionarle, hacerle infiel o a cambiarle por alguien más, haciéndole sufrir, y se anticipa al asunto saliéndole adelante para hacerle sentir aquello que imagina que el otro le pudiera imponer, en forma de sufrimiento por los celos despertados.
   Los celos se hayan fundamentados, en muchas ocasiones, también en unos deseos homosexuales propios proyectados en el objeto del amor nuestro, donde al no reconocer el deseo hacia la sujeto del propio sexo lo ponemos en otros, quedando completamente deformada la percepción de la realidad, percepción que nos lleva a un grado indiscutible de certeza en cuanto a la traición de que nos creemos o sentimos objetos, a veces al punto que caemos en situaciones extremas como el delirio, en donde no sólo a percibimos distorsionada la realidad, sino que además aquello que hemos imaginado lo damos por cierto.
   ¿A qué se debe el delirio celoso? A la puesta en escena, a través de otro, del deseo homosexual propio. Así el hombre que abriga deseos homosexuales fuertes y se pelea con ellos reprimiéndolos, verá en su mujer una traidora más o menos constante, operando un “no soy yo quien desea acostarse con los hombres, es ella la que lo desea” y en el delirio es: “no sólo lo desea también lo hace”. Aquí mencionamos el ejemplo del hombre, pero funciona de un modo semejante para la mujer: “no soy yo quien quiere a las mujeres, es él ”o un poco también la posición masificada “ los hombres son infieles” cuando se descubre que es ella la que se diría ”con tantas mujeres tan bonitas y amables yo no sería fiel a ninguno”.
    En parte, esos deseos homosexuales reprimidos dan origen a unas formas de relación que en algunas ocasiones alcanzan dimensiones de extremos enfermizos, en donde se encierra al otro/a para que no vaya a jugar infidelidad alguna. En donde el sujeto no solo se siente traicionado, además lo vive como tal, y entra a actuar como si sucediera en la práctica, aún allí donde las probabilidades son pocas, es el caso del hombre aquel que levantaba a la mujer a medianoche a golpes que porque le traicionaba por detrás de la cama y la cama daba a la pared junto a la cual la mujer dormía.
    Pasando a otro aspecto, quien quiere cela, ya decíamos por aquello de que no quiere perder su conquista. No corresponde, empero la dimensión del amor a la dimensión de los celos, unos celos moderados benefician la relación, pues hacen que nos sintamos un tanto inseguros en la relación y que busquemos brindarnos, que busquemos conquistar instante a instante al otro, unos celos elevados son signo claro de la enfermedad psicológica y no benefician mucho las relaciones, pues el sujeto en medio de los celos agobiantes se dedica a atormentarse y/o a atormentar a los demás con supuestos, sus escenas de celos, sus reclamos, sus críticas, lo que deja poco espacio para el disfrute y la conquista permanente que requiere una buena relación.
    Algunos sujetos temen y les horroriza alguien celoso, por lo que evitan, a toda costa, relacionarse con alguien así, puede ser ello una manifestación, algo que deja ver cuán celosos son en el fondo. Son celosos, reprimen la cuestión y luego temen ver reflejada esa parte suya en otros sujetos. Atacan y desprecian al celoso sin darse cuenta que en el fondo es esa parte suya la que no quieren aceptar, y aunque lo quisieran, no pueden.
    Cuando la tendencia es a reproducir el conflicto edípico en las relaciones de adulto o posteriores a la infancia, se presenta el masoquismo o el sadismo celoso. En el primer tipo hay un sensación de que se esta con la pareja de otro, pues en el conflicto edípico hay un otro siempre real o supuesto, ese otro siempre esta de una u otra manera, y muchas veces se busca instalar relaciones con sujetos ya comprometidos, viniendo el sufrimiento a como dé lugar, en tanto se ha de pagar por robarse a la madre o al padre representados en ese objeto actual. Se siente el tormento de los celos como el castigo que ha de pagarse por desear y estar con alguien prohibido. Para el caso del sadismo celoso, se invierte el asunto este, es decir, se busca maltratar a un tercero despertándole los celos, sea ya porque se instale en una relación con alguien comprometido o porque instale un compromiso con alguien a quien maltratar despertándole los celos.
Fernando Calle.
Psicoanalista
Consultorio: 2168484

2010/03/16

AMOR Y GENITALIDAD


AMOR Y GENITALIDAD

Hay sujetos que confunden el amor con genitalidad, entendida ésta como el centrarse del sujeto en intercambios placenteros desde el aparato reproductor y por extensión, las descargas mediante el uso de otras zonas erógenas como el ano y la boca. Va a pensar que los demás le querrán en la medida que les conceda ese placer y cuando se trata de conquistar a alguien no escatiman oportunidades para seducir o entregarse a este nivel. Vemos así sujetos que inician dizque relaciones amorosas con actos genitales, relaciones que resultan ser luego un fiasco, pues quedan truncas en la mayoría de las ocasiones o sólo duran mientras la pasión se mantenga, es decir, mientras pueda ser saciado el deseo por una o por los dos participantes. O se mantiene la relación bajo la promesa de que habrá satisfacciones nuevas.

Hay quienes llegan al análisis diciendo: “yo que le entregué lo mejor de mi” “se llevó mi virginidad” o “cómo es tan horrible, que sólo me haya utilizado para su placer”, “sólo quería acostarse conmigo”. Cuando ella o él (pocas veces los hombres se quejan de esta manera, más bien exhiben estas cuestiones como un trofeo que les da crédito a su fantasía de ser muy potentes), se quejan de este modo, es porque en parte, se sienten inconformes con la confusión que han tenido, y en parte también, porque están decepcionados de su fantasía de que al intimar sexualmente con alguien, esto iba a estrechar los lazos en la relación, le iba a asegurar la relación.

Decimos que tiende a durar poco porque de un lado, las relaciones sexuales, si no se dan en un contexto amoroso de gratificación mutua, antes que unir tienden a separar, en tanto se presentan como descargas desgastantes de la libido o energía psíquica. De otro lado, porque el amor auténtico comporta o se expresa en las dos dimensiones de la sexualidad: la ternura y la sensualidad. Además relaciones sexuales sin ternura sirven a la destructividad, ya veremos por qué.

Es la genitalidad o mejor, la forma genital de la sexualidad, una forma perversa de la misma, tal como lo es el voyerismo, el sadomasoquismo, el fetichismo entre otras, ya que sirven en el fondo, a la tendencia destructiva, es decir, el odio arcaico o primigenio en el sujeto, se ha reservado un lugar o un medio de expresión, camuflándose en una sensualidad “normal”. Miremos un ejemplo para ilustrar la función disgregadora de la hostilidad, vigente en estos casos: hay hombres que no pueden integrar su sensualidad y su ternura, tienen una mujer con la cual despliegan un enlace tierno en lo predominante, y la sensualidad queda excluida o la disfrutan de manera pobre, teniendo que buscar una amante o a las prostitutas con las que pueden sentirse en libertad para su disfrute genital.

Hay allí, en primer lugar, la separación entre las unidades básicas de la sexualidad, en segundo lugar, una disgregación de dos imágenes de la misma madre de la infancia: una ideal, digna de toda veneración y des-sexualizada, y la madre “puta”, la que el niño sintió como traidora y merecedora de toda su agresión. Una agresión que se esconde o se camufla detrás de la sensualidad, la que puede sólo disfrutar con las “amantes”, pues lo que se descubre es que estos sujetos desde su inconsciente, viven la penetración como un apuñalar; cada achuchón o empuje del pene lo experimentan como una cuchillada que daña, que rompe los tejidos; y la relación sexual es vivida como un asesinato en medio de la rabia contra la madre “puta”.

Vemos la disociación como un mecanismo contra el odio que a la vez es una transacción que el bebé realiza con relación a sus impulsos destructivos: de un lado se divide entre una parte que odia al objeto, parte que separa imaginariamente de sí, y otra parte que ama y protege al objeto. De otro lado es el dividirse de por sí, una agresión dirigida contra si.

Se da en este caso una división bipartita o disociación del objeto materno, queda, de un lado, el objeto bueno altamente valorado y, de otro, el objeto malo que es sentido como merecedor de cualquier ataque o envilecimiento. Ataque que queda escondido tras el ropaje sexual, a la vez que se ha dividido la función sexual que es un ataque contra sí, para utilizarlo, en parte, contra la madre y objetos posteriores subrogados.

En la genitalidad confundida con el amor se da el intercambio sexual como una búsqueda de placer bajo la condición egocéntrica: que le den placer, obtener la descarga es lo que se busca, utilizando a otra u otros sin importar que también sienten, que desean alcanzar la satisfacción. Mientras en el amor real se busca dar placer, no descargarse, y en ese dar placer siente el sujeto la gratificación, es decir, en el amor real no se trata del simple placer sino de la gratificación psíquica y ésta puede venir por el placer compartido-no sentido- o por el placer otorgado. Como vemos, el amor real tiene en cuenta de una u otra forma, al ser al que se ama.

Detrás de este término “descarga” hay todo un contenido psicológico. Quien busca el placer en la descarga es porque se siente encartado con su sexualidad, la viene sintiendo como una sustancia que desde dentro le pone en peligro, le amenaza con romper su estabilidad psíquica, o con corroer sus partes vitales. Nos da cuenta ello que, en el fondo, esta sexualidad comporta unos contenidos agresivos latentes, o dicho de otro modo, condensa componentes orales sádicos, anales sádicos y destructivos, a la vez que aspectos lesivos de la falicidad misma.

Al sentirse encartados con las excitaciones sexuales no se asumen las relaciones íntimas como un momento de intercambio placentero sino como oportunidades para zafarse de aquello tan molesto, y a veces para vaciar, es así como muchos, manifiestamente, adoptan frente al otro una actitud de sementales, asumiendo un papel de maratonistas sexuales hasta que quedan exhaustos como si quisieran quedar tan vacíos que sean capaces de aguantar hasta la próxima oportunidad que ojalá y esté bien remota.

Experimentan algunos, de este modo, cada cópula como una pequeña muerte, así dicen al momento del orgasmo “me mataste” o “acabaste conmigo”. El o los “maratonistas sexuales”, parece ser que de algún modo quisieran matar y morir en la relación sexual, y al ver al otro que ha sobrevivido a la cópula sexual y al ver que también han sobrevivido, emprenden de nuevo la actividad, como quien dice “haber si esta vez sí quedamos muertos o al menos, muere uno de los dos”. Es aquí la relación sexual, como medio de descarga, una válvula de escape de la destructividad. Donde el desarrollo psicosexual ha alcanzado la fase fálica y, en parte, la genitalidad, pero bajo la condición de compromiso con el odio y la destructividad que esta vez ha quedado ligada por el Eros o pulsiones de vida, con desventaja, pues ésta se filtra, por ejemplo, como necesidad del otro, lo que se confunde con amor. Implica sentirse encartado con la sexualidad, por lo que se recurre al otro como medio de descarga.

Muchos sujetos dicen estar enamorados de alguien, y es posible que esto sea verdad, en parte; sin embargo, en alguna medida, se sienten ligados a él o a ella, en tanto les ha proporcionado y promete proporcionarles las descargas sexuales; en otras palabras, en buenos grados, no es el amor lo que les liga o une a tal o cual sujeto, sino la necesidad de tener de modo regular, cada tanto, la descarga sexual. Cuando pierden el objeto, caen en un estado de desesperación, pierden estabilidad y arrecian los ataques contra sí mismos o, incluso, llegan a despertarse estados psicológicamente críticos con arranques de locura en los que hemos de reconocer, tal como lo ha descubierto el psicoanálisis, dosis alta de odio, la que va dirigida hacia el sí mismo. Como hay quienes hacen explosión hacia afuera, destruyendo afuera aquello de lo que sólo podrían renunciar adentro.

Cuando el sujeto es con predominancia saludable, al perder al objeto se regocija de los buenos momentos vividos en la relación con aquél, conserva la confianza en la capacidad de amar y guarda la esperanza de poder atraer a alguien más en el futuro y conquistarle para construir juntos una relación nueva. La necesidad del objeto, o mejor, la urgencia del objeto no se construyen sobre las bases de un disfrute mutuo sino sobre la “punta de lanza” de la perentoriedad de la pulsión sexual y predominantemente, de la destructividad. Decimos “punta de lanza” para nombrar los aspectos que de la destructividad encierra.

Algunos sujetos tienen actividad sexual no sólo como válvula de escape del odio, sino además, como medio para satisfacer un masoquismo moral y erótico, en parte pues, tienen el soporte de la relación sexual como algo degradante, humillante. Ser penetrados significaría ser maltratados, ultrajados, sin embargo, se siente que se lo necesita y es sólo allí, en la posición de “estar debajo” que pueden disfrutar la relación sexual.

Como podemos ver, los sujetos que perciben y confunden el amor con la genitalidad han quedado fijados a la fase en que el niño percibía las relaciones sexuales de los padres como actos de agresión, como encuentros sadomasoquistas, donde el uno goza con el sufrimiento propinado y el otro goza con el sufrimiento recibido, y se percibe, de este modo, la relación sexual, como un doble sufrimiento: por un lado, la insatisfacción y por otro con el soporte de la relación sexual percibida en un sentido negativo.

También se encuentran conjugadas en tales percepciones y ejercicio de la sexualidad, fantasías destructivas del orden cloacal-anal y oral-sádico. En cuanto a las primeras, está de manera manifiesta, la preferencia por la relaciones anales donde quien penetra fantasea que va a acabar con todos los fetos que él o quien sustituya a la madre, se supone, tienen en el intestino, y eliminar así, de antemano, a todo competidor potencial o, a todo nuevo competidor, a la vez que puede sentir que detrás de su piel, almacena contenidos fecales, que está hecho de esta materia, de tal manera que su semen o secreciones vaginales serían derivados de aquella sustancia, o esencias de la misma, es este el caso muy común en quienes se conducen con repugnancia con respecto a los fluidos sexuales.

Así también revive la fantasía de vaciar el pecho al realizar relaciones sexuales unas tras otras, quiere vaciar al objeto, vaciarse a si mismo, al tomarse como el pecho, o las dos cosas. Se vive la confusión entre amor y relaciones genitales, en las relaciones de pareja, quienes se buscan para copular o se llega a ello en cada encuentro. Hay quienes también, reaccionan a tal tendencia interponiendo a alguien en la relación, por ejemplo, al darse una cita buscan que un amigo llegue allí o, van a buscar a alguien más para acudir a la cita, o sencillamente, se encuentran, hacen citas en el lugar y hora donde acuden otros amigos.



Fernando Calle.
Psicoanalista
Consultorio: 2168484



A propósito del amor, queremos brindarles este poema…



Llenate de mi

- Pablo Neruda-


Llénate de mí.
Ansíame, agótame, viérteme, sacrifícame.
Pídeme. Recógeme, contiéneme, ocúltame.
Quiero ser de alguien, quiero ser tuyo, es tu hora,
Soy el que pasó saltando sobre las cosas,
el fugante, el doliente.

Pero siento tu hora,
la hora de que mi vida gotee sobre tu alma,
la hora de las ternuras que no derramé nunca,
la hora de los silencios que no tienen palabras,
tu hora, alba de sangre que me nutrió de angustias,
tu hora, medianoche que me fue solitaria.

Libértame de mí. Quiero salir de mi alma.
Yo soy esto que gime, esto que arde, esto que sufre.
Yo soy esto que ataca, esto que aúlla, esto que canta.
No, no quiero ser esto.
Ayúdame a romper estas puertas inmensas.
Con tus hombros de seda desentierra estas anclas.
Así crucificaron mi dolor una tarde.

Quiero no tener límites y alzarme hacia aquel astro.
Mi corazón no debe callar hoy o mañana.
Debe participar de lo que toca,
debe ser de metales, de raíces, de alas.
No puedo ser la piedra que se alza y que no vuelve,
no puedo ser la sombra que se deshace y pasa.

No, no puede ser, no puede ser, no puede ser.
Entonces gritaría, lloraría, gemiría.

No puede ser, no puede ser.
Quién iba a romper esta vibración de mis alas?
Quién iba a exterminarme? Qué designio, qué? palabra?
No puede ser, no puede ser, no puede ser.
Libértame de mí. Quiero salir de mi alma.

Porque tú eres mi ruta. Te forjé en lucha viva.
De mi pelea oscura contra mí mismo, fuiste.
Tienes de mí ese sello de avidez no saciada.
Desde que yo los miro tus ojos son más tristes.
Vamos juntos. Rompamos éste camino, juntos.
Ser? la ruta tuya. Pasa. Déjame irme.
Ansíame, agótame, viérteme, sacrificarme.
Haz tambalear los cercos de mis últimos límites.

Y que yo pueda, al fin, correr en fuga loca,
inundando las tierras como un río terrible,
desatando estos nudos, ah Dios mío, estos nudos,
destrozando,
quemando,
arrasando
como una lava loca lo que existe,
correr fuera de mi mismo, perdidamente,
libre de mí, Curiosamente libre.
¡Irme, Dios mío, irme!

2010/03/12

desplazados


 desplazados





 Hay en la plaza de este pueblo un triste cordero

que arrastran policías y ladrones al zanjal del matadero

o de algún vertedero donde pierda su nombre y su apostura,

así le arrancan su pitanza y el escaso pegujal de su labranza,

dan a los otros escarmiento provocando la estampida,

mientras la vida se agolpa en las aceras,

crece en las ciudades los cordones de miseria:

su mano aguerrida se vuelve limosnera

o escasa jornalera de alguna factoría,

vendedora errante de populares mercancías.

Se ve obligado a cambiar su barbecho por el asfaltado trecho

que transita día a día en busca del sustento,

mientras un techo de plástico u hojalata guarece su lebrel y su familia.

Anhela regresar a su parcela donde aun pudiera cosechar la sementera

y engañar al hambre con agua de panela


y acompañar su soledad y su miseria en la charla animada del vecino,

en el solidario compartir de los cercanos,

pues le golpea el corazón la terrible indiferencia

y teme acudir a los galpones del gobierno

por el oscuro proceder de los funcionarios

que buscando otros honorarios se venden y malversan los públicos erarios.

Medellín, Colombia, 
marzo 2010
Fernando CALLE.

2010/03/11

Los Orígenes De La Cultura Y La Cultura Del Delito En Colombia: ¿y la justicia donde esta?

Los Orígenes De La Cultura Y La Cultura Del Delito En Colombia: ¿y la justicia donde esta?

«En Colombia la riqueza controla al estado y este sirve para acrecentar la riqueza, en una cadena de iniquidad interminable. Gran cantidad de fortunas que se ostentan se han iniciado y acrecentado poniendo el poder oficial a su servicio.» [1]


Nacemos iguales ante la ley, por lo menos en teoría, pero ya la naturaleza de antemano ha puesto su impronta de injusticia dotando algunos seres de forma prodiga de unas cualidades físicas o de cualidades psíquicas, cuando no, de las dos series complementarias, mientras a otros los excluye de manera desventajosa. Las leyes naturales anotan también su testimonio en tal desigualdad, pues de atenernos a la teoría evolutiva de Charles Darwin, la constante en el proceso de evolución de la vida, de su adaptación y del poblamiento del planeta ha sido la supervivencia del más apto, y en el largo sucederse de eras, de todas las especies que han vivido en el planeta, sólo han sobrevivido del 4 al 6% de ellas
[2]; demostrándose con ello que la vida tiene que someterse a los avatares inexorables que la misma naturaleza impone. Y es su plasticidad en el acomodo lo decisivo para que se mantuviera la especie determinada, y esa plasticidad constituye al fin, una dotación natural ventajosa que ha dependido más del azar que de cualquier designio supra-terreno.

Por otro lado, si algo caracterizó a la organización social del hombre arcaico fue la supremacía de la fuerza, el dominar a los otros quien fuera más capaz de crueldad, demostración de fuerza, hechos éstos reemplazados luego por la fuerza de la inteligencia para someter y dominar a los semejantes. Esto implica que no es la naturaleza la que nos enseña o aporta el modelo del ideal social de justicia, este más bien es una construcción humana que no existió siempre y que tiene sus orígenes en el mismo origen de la cultura. Se remonta a la edad infantil en la cual el niño repite como remanente psíquico, aquella conquista inicial de la especie.

En su texto Tótem Y Tabú, Freud alude al origen de la cultura postulando una organización social primitiva constituida por hordas. Dirá entonces que la horda primitiva se hallaba dominada por el protopadre el cual ejercía un poder irrestricto: accedía a todas las mujeres del clan e impedía el acceso carnal de los hijos con aquellas, ya fuera castrándolos, expulsándolos del clan o en el peor de los casos eliminándolos, veía en ellos una amenaza inminente para la conservación de su estatus y de la vida propia.

Los hijos se unieron un día para darle muerte al padre que era a la vez odiado y admirado, luego de matarle consumieron sus partes en un intento por hacer propias las cualidades psíquicas y posesiones corporales del mismo. Todos querían ocupar la posición que antes ocupara el padre depuesto, a darse libertades y obtener las prerrogativas gozadas por el mismo, pero esto implicaba que quien asumiera el poder estaría corriendo la misma suerte del padre aniquilado, aunque en un principio se repitió una y otra vez la disputa entre los hermanos por el poder del padre sustituido, terminaba por repetirse, una y otra vez la misma dinámica: arrogarse el poder para ser luego depuestos por los hijos y aun los hermanos.

Poco a poco, el temor a perder la existencia además de la admiración por el padre muerto hizo que ninguno asumiera el poder del tirano destituido. El amor por el mismo, hizo que se produjera el arrepentimiento, la culpa de haber matado a alguien tan grandioso en tanto se le admiraba. Por el sentido mágico del hombre primitivo se unió a ello, el temor a que regresara de entre los muertos a cobrar venganza[3]. Declararon entonces la igualdad fraterna, es decir, todos gozarían en adelante de los mismos derechos, pero ya no de forma ilimitada, pues adoptaron las restricciones antes impuestas por el padre como leyes de convivencia: no podían tomar mujer dentro del clan al cual pertenecieran, se prohibieron el canibalismo y la muerte del semejante, al menos dentro del clan, siendo penalizado con la muerte por la transgresión de tales exigencias. Así, asumieron la ley del padre y declararon interdictas, prohibidas, las actividades que tuvieran que ver con la muerte del mismo, el padre fue depuesto para pasar a constituirse en una entidad simbólica, representado en la ley o normatividad social y el animal totémico.

La igualdad pactada entre los hermanos dio origen a una organización social menos incipiente, basada en el derecho y no en la fuerza bruta: el matriarcado. La madre pasó a gobernar con el poder otorgado por el padre, poder que “renacía” como instancia reguladora de las relaciones sociales. En ese largo proceso se articulan los tres pilares fundamentales de la cultura, cuales son: la prohibición del incesto, la prohibición de darle muertes al padre o prohibición del parricidio y la prohibición del canibalismo, representadas estas dos últimas en la prohibición de matar y comer el tótem.

Estos acercamientos de Freud a la reconstrucción de lo que pudo haber sido el origen de la civilización, han sido ampliamente analizados cuando no cuestionados por la antropología, sin embargo, en nuestra experiencia, tendríamos que entenderlos a la luz  de la instauración de la cultura en el sujeto individual, de tal manera que hemos de decir que lo que constituye una verdad individual se establece como una verdad de la especie, en tanto que se aplica a todos los individuos de la misma con variantes diversas, o lo que es lo mismo, con matices diversos en cada cultura. En cierta medida lo que termina por confirmar el sujeto en proceso de análisis o terapia analítica, es el deseo de darle muerte al padre a quien imaginó omnipotente y con el poder sexual en relación con las mujeres de casa, su pequeño mundo, y aún con los hermanos. Es en el desarrollo singular y cuando el niño esta en la situación fálico-edípica cuando revive con toda la fuerza de las pulsiones el deseo de sustituir al padre y obtener lo que siente como privilegios exclusivos de aquel. Son anhelos de libertad absoluta experimentados de forma inconsciente por todo sujeto, donde los placeres son irrestrictos y la fantasía dominante es la de eliminar  todo  lo  que se interponga en el camino a la satisfacción.

El sujeto pone así en escena una serie de representaciones que adquiridas o no, como legado de la especie, hablan de sus fantasías incestuosas y el deseo de matar al padre, como representante más inmediato de la ley, para que no se interponga en su satisfacción, también es corriente encontrar fantasías en el sujeto neurótico, mediante el trabajo analítico, que hablan de los deseos de matar al padre y comerse las partes vitales de éste, las que representan aspectos de poder como el pene, el corazón y la cabeza.

El deseo de darle muerte al padre es también una forma de personalizar un conflicto interno, pues en la imaginación de cada uno siempre hay alguien que goza absoluta e irrestrictamente, alguien que no tiene que renunciar a ninguna forma de satisfacción pulsional, y es el padre quien termina personificando a ese ser imaginario, razón por la cual, acabar con él sería poder acceder a su posición, dado que, como ya lo dijimos, el padre es también en quien personificamos la instancia normativa. Entonces el padre adquiere así dos características contrapuestas: alcanza la satisfacción absoluta e impone para el niño la renuncia, lo que deja la sensación de que se reserva todas las satisfacciones para sí, mientras las prohíbe para los otros, matarle sería suprimir la restricción y adquirir el poder, los privilegios que se supone le pertenecen. Se asume en tal sentido al padre como a la propia figura del tirano, entendida ésta como aquel que en lo social se hace con el poder y somete bajo su férula y capricho a los integrantes de la sociedad, borrando así las libertades y prerrogativas que concede el Derecho.

Pero,
al menos hipotéticamente, ese alguien que goza sin restricción alguna es el ello, el cual, en su estado ideal es representado por el diablo, ser mitológico del catolicismo que, como propone Freud, representa al padre “malo” o pecador absoluto. En el análisis de algunas zoofobias se ve claramente cómo el animal que es admirado por el niño termina luego siendo profundamente temido, y lo que tanto admira en aquel es que puede satisfacerse de forma directa sin tener que reparar en normas o restricción alguna. Queda así en la zoofobia representado el temor a lo que profundamente se desea: la satisfacción irrestricta y absoluta.

Entonces no hay vivencia individual mas potente que nos lleve a reproducir la muerte del padre como hecho fantasmático, que el deseo de vivir las satisfacciones pulsionales a nuestras anchas y gozar de las complacencias que
atribuimos a aquel en el supuesto de que al menos hay alguien que puede gozar sin consecuencias, alcanzando grados absolutos de satisfacción, bajo el supuesto de un protopadre injusto que se reserva los objetos y las formas de placer, mientras nos niega o restringe toda satisfacción, o al menos, las más esperadas.

El examen de la realidad hace notar a cada quien, lo ilusorio de esos deseos, se da cuenta que no puede alcanzar la posición del padre, que muy a pesar suyo habrá de asumir la condición de hijo, entonces
ya que no puede obtener los privilegios del padre aspira a que se le trate en igualdad de condiciones que a sus hermanos: tiene esto que ver con el deseo en todo niño de ser el único en la relación, primero con la madre, de la que quiere su total concentración en él, lo que le lleva a querer borrar toda probabilidad de que aparezca algún competidor, por ejemplo, imaginando que ataca el vientre de la madre para que no tenga mas hijos o eliminando desde el vientre los competidores posibles, o atacando desde la fantasía, el cuerpo de la madre para eliminar los bebes que imagina como pobladores del mismo.

Mientras tanto va entrando en escena el padre, en un principio rivalizará con él del mismo modo como lo haría si apareciera un hermanito u otro agente que le robe las atenciones y el cariño de la madre, poco a poco se dará cuenta que aquel no solo le compite el amor de la madre sino que es el verdadero “dueño”, que tiene su posición bien definida entre aquellos: es el hijo para el cual esta prohibido el acceso carnal a la madre, tendrá que irse resignando a que aquel definitivamente le aparte de la relación amorosa que ha soñado con la madre, aceptando la superioridad física y psicológica del mismo, mientras que con los hermanos quiere ser, al menos el privilegiado de los padres, que le quieran por encima de los demás y le traten con una consideración especial, su fantasía es que aquellos le tengan en cuenta en todo y le participen de sus relaciones más íntimas: las sexuales y las agresivas, imagina estando en medio de los dos dándoles placer del modo como imagina pueda ser para ellos mas placentera, que le estimen tanto como estiman el pene en los intercambios íntimos y hacerse imprescindible para aquellos.

Se conforma con el trato equitativo de los padres con relación a los demás hermanos, que si no puede ser el primero para sus progenitores, que tampoco sea tenido en menos.

Es dentro de la vida familiar donde tiene sus asientos y se gesta el ideal de justicia y equidad, es allí donde tiene sus orígenes el Derecho entendido como el pacto social de convivencia en igualdad de condiciones y derechos.

Dice Freud en el malestar en la cultura a este respecto, que el paso de la sociedad primitiva como forma primera de organización, a la conformación de los estados, estuvo motivado por el intento de arrebatarle el monopolio del poder al mas fuerte mediante la unión de los mas débiles, fue una forma de darle estabilidad a la misma organización social, ya que el poder era arrebatado cada vez que el caudillo decaía en su vitalidad o aparecía alguien mas fuerte.

El estado aparece como el resultado de una alianza, un acuerdo entre los individuos para erigirlo como instancia reguladora y agente que vela por la justicia y así, mediar en las relaciones entre los ciudadanos. Lo que nos permite decir que cada sujeto espera ver representado en la organización estatal sus intereses, o al menos como instancia de regulación de los intereses privados para hacer valer los intereses públicos, haciendo que prevalezca el bien común sobre el bien particular.

No parece haberse dado en Colombia una transición de la organización social primitiva al estado moderno, pues la organización estatal, por lo que se conoce de la historia de la república desde 1819 (no la historia oficial manipulada e impuesta) parece que se dio como una farsa donde los comerciantes y hacendados, actuando como bandidos bucaneros llegaron al tiempo por el poder, hicieron el “mas justo acuerdo”, se repartieron el “marco de la plaza” como dice Neruda en su poema[4], los racimos mas jugosos de la patria o se enquistaron como fervorosos partidarios de una supuesta causa libertaria para traicionar, moldear las leyes y las instituciones a la medida de sus intereses, o se hicieron leguleyos, erigieron un estado para administrar sus propios intereses y siempre que un compatriota levanto su voz de protesta, puso de frente su dignidad, nuestra dignidad, para reclamar o protestar, lo eliminaron, le enviaron al presidio, al cepo o le impusieron el exilio, constituía una amenaza para el nuevo orden, necesitábamos quien nos libertara de los libertadores.

Pero  el sátrapa
tuvo siempre la dignidad de ladrón: tuvo miedo a que los esbirros del norte o el capital tras-nacional, declararan ilegitimo su poder, descubrieran la verdad tras la “santa democracia” erigida como fachada para el vil mercado del engaño, la mentira. Con su rabo de paja se asomo a la candela de los nuevos colonizadores y prosternándose agacho la cabeza, se mostró sumiso y obediente, aceptó ceder parte de sus privilegios haciéndose compinche de aquellos para el atraco popular. Repartió garrote, impuso cargas tributarias, a sangre y fuego impuso las ordenes del tirano, moldeo a su amaño la estructura social, declaro neo-liberal al estado para justificar la obligada entrega al poder multinacional, se pertrecho contra el inconformismo generalizado, declaró estados de sitio, estados de excepción, justifica elevados presupuestos en una guerra donde sus sabuesos también obtienen grandes tajadas del pastel.

Da esto origen a un interrogante ¿Cuál es el sentido de justicia en el estado colombiano? Cuando llegaron los españoles a América mancillaron la cultura amerindia. A fuerza de sangre, saqueo, dominación, castigo y adoctrinamiento sometieron a los indígenas arrasando sus líderes, sus costumbres y tradiciones; erigieron la religión suya como la única verdadera y a sus dioses como los más elevados y poderosos del "Olimpo". Inculcaron la culpa del sexo y el deber absoluto de obediencia al tirano, y parecían en varios aspectos ser enviados de una divina providencia.

Tres siglos pasaron hasta la emancipación del pueblo contra el poder español, pero quienes promovieron la gesta revolucionaria fueron los nuevos dueños del poder: comerciantes y terratenientes hambrientos del botín y la expoliación, quienes no siendo capaces de aportar el dinero para la causa libertaria, aportaron poco o muy poco de su capital, por lo que el gestor principal de la causa, Simón Bolívar, se vio obligado a buscar crédito con el floreciente imperio inglés para poder terminar la campaña libertadora. Se conformaban así los "héroes" criollos con ser intermediarios de un nuevo poder colonial con tal de asegurarse su parte en el saqueo y la rapiña.

Fuimos primero colonia española, luego inglesa, pasando mas tarde a la dominación norteamericana y finalmente al capital mundial que tiene su asiento principal también en los Estados Unidos de América. La clase dirigente de estos países que se alzó con el poder, no sólo ha reproducido la alienación cultural, económica y política al mantener al pueblo en la miseria intelectual y el adoctrinamiento religioso, sino que también, al ser vasallos fieles del sistema de opresión internacional o del imperio de turno, se han puesto como gendarmes o guardianes directos de la hegemonía o dominio imperial al ser los mensajeros y ejecutores de las políticas coloniales y neo-coloniales.

Hay detrás de una actitud tal, un auto-desprecio, una minusvalía personal que delata su estado de dependencia por parte de los dirigentes, donde el temor a perder los privilegios suyos, junto con la culpabilidad inferiorizante les ha puesto como dice el filósofo colombiano Fernando González "con un pie hincado en tierra para el extranjero y un garrote en mano para el coterráneo"(1971).

Se han asumido los dirigentes nuestros como seres inferiores a los colonizadores, a los cuales hay que agacharles la cabeza[5]. Y bajo sus intereses egoístas, la dignidad suya queda pisoteada por el imperio, dignidad pírrica que proyectan en el pueblo, produciéndose lo que en psicoanálisis se llama la identificación con el agresor, en donde, de un lado se le da la razón al tirano, y de otro, se adopta el despotismo de aquel contra los otros o contra sí mismo. Para el caso nuestro, al menos lo que parece más visible, es el pueblo propio el que es despreciado, devuelve el politicastro con creces contra su gente la inferioridad que ha sentido frente al extranjero dominante. Adopta no sólo las actitudes del conquistador sino también su ideología con la cual se convence y convence a su pueblo de que el tirano finalmente tiene la razón, por ejemplo, de que hay que ser muy juiciosos sacrificando el derecho a la educación y la salud para pagar una impagable deuda contraída con la banca internacional de usura. Neutraliza o anula la propia iniciativa y la del pueblo, quedando librado a la voluntad y aspiraciones del amo, claro está, en lo que tiene que ver con las iniciativas de mejoramiento de condiciones para sus gobernados, pues para sus intereses particulares esta continua intacta. Se ha asumido una actitud de auto-desprecio donde París o Nueva York, Londres o Madrid son portadoras de la "auténtica" cultura y de los ideales culturales más elevados, mientras lo propio, o no merece el auténtico reconocimiento, o hay que sentir vergüenza por ser sus portadores.

Se supone que los habitantes del país nuestro hemos delegado en el estado y en las instituciones las mas hondas aspiraciones de justicia en todo el sentido de la palabra. Es la justicia soporte, y razón de ser mas fundamental, de la vida en sociedad, puesto que según se propone en la carta constitucional, ella abarca el reparto de poder y la restricción del mismo, la igualdad de oportunidades, de derechos y deberes. Se supone que todos nos suscribimos a las normas (por cierto ubicuas y exhaustivas en Colombia), las mismas que apuntan a defender el bien común, que propenden por librarnos de las voluntades particulares e intereses monopólicos, cediendo en nuestras libertades egoístas, primarias y anárquicas.

En Colombia la constitución política consagra la justicia como un principio inalienable, es un elemento rector que da origen a toda institución democrática y constituye uno de los ejes centrales de todo orden social que se erija sobre el derecho democrático y que busque preservarse en el tiempo. Sin embargo, parece más motivo de discurso y de exaltación ideativa. Pues en la practica, en la realidad de los hechos se evidencia que todo parece un lindo sueño, una utopía o un ave esquiva que rehúsa asentarse en nuestro territorio, la sociedad que tanto anhelamos parece estar condenada cada vez a posar sobre el papel y los grandes discursos de políticos y lideres sociales, pues la realidad parece poner mas distancia frente al ideal; así es en el plano de lo económico, cuestión que confirmamos en las estadísticas crecientes de indigencia, pobreza desempleo, sub-empleo y empleo mal remunerado y con pocas garantías de dignificación. Para muestra un botón: mientras la economía nacional creció cerca del 15% en el periodo 2004-07, el nivel de pobreza pasaba según el censo del Sisben, de veinte millones a treinta, y la indigencia sumaba ocho millones. Son cifras escalofriantes cuando apenas contábamos con cuarenta y cuatro millones de habitantes. En el campo del empleo, ni se diga: “En Colombia tienen corroído el carácter más de 2 millones quinientos mil desempleados, siendo la cifra más alta de América Latina, según datos disponibles en Bloomberg para 11 naciones del continente. Aquí, al desempleado lo tenemos prácticamente tirado en el pavimento. Colombia tiene un porcentaje de dos dígitos en desempleo, el 12%, el más alto de América Latina, y la informalidad ronda el 59%. Y el resultado para las empresas son altos dividendos económicos y para los trabajadores altos grados de ansiedad y pauperización[6].

También en el campo de la operatividad del aparato judicial, Colombia deja mucho que desear, pues según Camilo Romero en su libro Del Secuestro Y Otras Muertes, de cada cien sujetos que cometen actos delictivos en Colombia sólo entran a la cárcel el 10%, el otro restante 90% o “no son casos denunciados, no son perseguidos o no son condenados”[7]. De la totalidad de la población carcelaria sólo el 25% esta condenada en segunda instancia, lo que indica que el restante 75% pueden ser inocentes con cerca de un 48% que apenas están sindicados[8]. Y la gran mayoría son de las clases menos favorecidas, son “…los forzados a delinquir porque no han tenido la posibilidad de sobrevivir sino al margen de la ley. Estos últimos, capturados por millares, componen el grupo mas amplio de la población carcelaria. Son personas con tradición familiar en la delincuencia, que dependen del trabajo marginal y delictivo, carentes de medios personales familiares y sociales” [9]


Predomina así una impunidad que no es producto de la casualidad, pues como bien lo sugiere Claudia Cáceres (2008)[10], es parte de la dinámica que el sistema mantiene para perpetuar el estado de violencia, así nos dice: “la impunidad no se produce por la ineficiencia del estado, ni por falta de información o de recursos técnicos o por su incapacidad para dar respuesta a estas situaciones. Por el contrario, hace parte de la lógica que rodea o determina estos crímenes, es precisamente esta impunidad la que brinda todas las garantías para que los crimines sigan siendo cometidos, para que los victimarios puedan seguir actuando, para que los responsables no sean castigados”[11]


Cabe la pregunta ¿Por qué le interesa a los dueños del poder mantener el estado de violencia y de injusticia? Es un tema muy discutido y un poco gastado en las lecturas sociológicas que proponen la ley del miedo como forma de sometimiento, sin embargo queremos referirnos aquí a otro aspecto y es el de la culpa, aspecto que apunta mas a las dinámicas psíquicas, sin dejar de reconocer que la ley del miedo tiene su parte. Donde no hay culpables todos somos culpables ante nosotros mismos y sospechosos ante los otros, “quien este libre de culpa que tire la primera piedra” reza la cita bíblica que maniqueamente invita a callar las injusticias, los atropellos, a no reconocer y señalar a los responsables de pequeños y grandes crímenes, pues si usted es culpable ¿con que derecho reclama? Siendo este un principio con el cual la aristocracia, y últimamente cleptocracia ultramontana gobierna y ha gobernado el país, ya que si todos somos culpables no hay porque reclamar, hay que seguir escondiéndose, pues todos tendríamos rabo de paja. La responsabilidad de unos pocos se diluye como culpa colectiva, en una semejanza asombrosa con el funcionamiento económico: se socializan las perdidas, se privatizan las ganancias. Lo que en el funcionamiento de la in-operaratividad de la justicia se presenta en el beneficio para el hampa mientras el colectivo carga con la culpa de la criminalidad impune.

Por otro lado, la culpa es la que alimenta el fracaso individual, la enfermedad somática y psíquica y en especial, para intereses de las castas dominantes. De otro lado, la socialización de las culpas nos empuja a muchos a la indiferencia como reacción defensiva. Se trata allí de negar la responsabilidad que se nos quiere endilgar, como quien diría: “a mi no me echen culpas que yo no participo en nada, no tengo que ver con ello”, con todas las desventajas que ello trae como la apatía social, insensibilidad frente al sufrimiento ajeno, entre otros.

Todos y cada uno tenemos algo de admiración, aunque sea secreta, por quien comete actos criminales en la medida que también desearíamos transgredir, pero nos disuade, en parte, la sanción social o de la supuesta divinidad, o las dos, es decir en la medida que sabemos que alguien nos puede castigar dejamos de lado dichos propósitos, de tal modo que cuando no se ha introyectado la norma o ésta no esta sólidamente instalada en la vida interna, lo que sirve de contrapeso a nuestros deseos es la coerción externa, coerción que está representada en las instituciones judiciales, pero si éstas no funcionan o tienen unos márgenes tan escasos de efectividad como en el caso colombiano, queda abierta la posibilidad de pasar de la tentación al acto, de la admiración hacia el llamado criminal a la emulación concreta, pues lo tabúes culturales se mantienen en la mayoría de casos en tanto pende sobre nuestra cabeza la amenaza del castigo. Si atrevernos a propasar las normas nos enfrenta a cualquier tipo de sanción y ésta no es mas que una remota posibilidad, delinquir puede convertirse en una forma de vida.

De otro lado, ni que decir de la opresión social que realizan tanto el estado como los grupos al margen de la ley, quienes expropian, desplazan, extorsionan, amenazan, secuestran, trafican con drogas ilícitas, eliminan sindicalistas, periodistas y lideres sociales, pero finalmente no aparecen los culpables y si aparecen están por fuera del alcance del sistema de justicia ya porque compran jueces, fiscales, testigos, eliminan pruebas y testigos, chantajean, entre otras, o ya por su estado clandestino.

En la medida que el sistema de justicia goza de un perfil de tan baja operatividad, estimula el delito antes que disuadirlo, genera una consciencia en el individuo con fuertes tendencias al mismo, como que si lo “agarran” es por de malas, y mientras tenga dinero y/o cómplices en el sistema podrá evadir la justicia.

De otro lado, cuando la situación individual esta fuertemente inclinada hacia los actos delictivos, la identificación con quienes utilizan la delincuencia como medio de poder tiende a hacerse manifiesta, pues inconsciente o conscientemente nos decimos “si alcanzar el poder significa pasar por encima del otro, echar al traste los principios y valores sociales, entonces que mas da”. Y es que inconscientemente percibimos a quien triunfa haciéndose con el poder y el respeto de los demás como modelo, de ese modo quienes alcanzan un poder así sea local en una comunidad, se convierten en alguien digno de emular, no importa los medios. De ello da muestra el que los niños que ven pasar al matón del barrio o al jefe de banda quieran imitarle o den muestra de alguna admiración, ya que lo importante en la mentalidad infantil es alcanzar una posición semejante, primando allí mas las posiciones egotistas que las altruistas, pues estas últimas se construyen y se refuerzan en los procesos de socialización, sin querer decir con ello que muchos niños no presenten ya tempranamente actitudes filantrópicas. En el campo de lo social queda ello mucho mas lícito si los que delinquen son aquellos denominados padres de la patria o los llamados ladrones de cuello blanco, quienes supuestamente avalan o no la institucionalidad.

En nuestra realidad inconsciente continuamos siendo los niños a los que no nos importaba si nuestros modelos eran o no altruistas, éticos o trasgresores, lo importante allí era que aquellos alcanzaban lo que querían, les veíamos como triunfadores, luego en el proceso de socialización fue donde aprendimos los valores de convivencia, el respeto y la consideración por el semejante, entre otros, si esos modelos los comportan. Y si muchas de las autoridades sociales, que son a la vez morales, sustitutos de las autoridades infantiles, no tienen la posición ética que predican, ostentan posiciones sociales y económicas que han ganado robándole al mismo estado o manipulando las leyes para su beneficio, señalan un camino de delincuencia e impunidad como modelo de interacción social. Entonces el estado, en manos de politicastros demagogos, de funcionarios corruptos, como dice Libia E. Ramirez, se convierte “en un padre que no representa la ley, él mismo es la ley, en tanto no reconoce una ley mas allá de la suya y la ejerce de manera caprichosa y autoritaria, en beneficio personal, desconociendo los ideales (necesidades y demandas[12]) comunitarios”[13].

Si lo que vemos a diario es que el sistema estatal es utilizado por los grupos en ascenso económico, por los dueños del poder productivo, los puestos burocráticos es una torta que se reparten los politicastros para alimentar el sistema de corrupción, el estado sólo puede aparecer como una organización codiciable para quienes la sed de poder se orienta hacia lo económico y el dominio y manipulación de los otros. Cabe aquí citar a Carlos Gaviria cuando invoca a Platón: “la propuesta platónica consistía en que el filósofo sería el que gobernara, pero sobre la premisa de que el hombre sabio y el virtuoso son uno mismo y que la tarea del gobernante es ante todo una tarea pedagógica: demostrar cuál es la virtud y cómo se practica. Aquí, por el contrario, y no creo que a alguien le quede duda, para lograr la reelección se compraron votos y se sobornó gente[14]. Si ese ejemplo se da desde arriba, ¿qué conclusión puede sacar el ciudadano corriente? Si estamos en una guerra y para ganarla hay que matar inocentes ¿hay que hacerlo? pues entonces no nos quejemos de que haya en Colombia ese irrespeto total por la vida y una especie de anomia, en el sentido de que las reglas –ni las jurídicas, ni las morales– son capaces de conducir a la convivencia por cauces de civilización” [15], la cuestión es pues hasta de sentido común, ya que si los conductores de la sociedad son inferiores a la misión pedagógica, se muestran interesados solo en el beneficio personal o de ciertos grupos, familiares y/o sociales, engañan desde sus posturas demagógicas, manipulan sin escrúpulos, pues, qué se podría esperar del hombre común. En esta perspectiva hay es que darse por bien servido con respecto a lo que pasa en Colombia, ya que el descontento crece en las mayorías excluidas y los sistemas de opresión y alienación social son los medios de control contra el inconformismo creciente.

A este respecto el reconocido psicólogo social Ignacio Martin Baró propone:

"casi sin darnos cuenta nos hemos acostumbrado a que los organismos institucionales sean precisamente lo contrario de lo que les da la razón de ser: quienes deben velar por la seguridad se han convertido en la fuente principal de la inseguridad, los encargados de la justicia amparan el abuso y la injusticia, los llamados a orientar y dirigir son los primeros en engañar y manipular"[16].

Aunque aquello lo dice basado en lo que percibe en la sociedad salvadoreña de finales de la década de 1980, se aplica con mayor rigor y para todos los tiempos a nuestra sociedad colombiana, pues como sabemos, las oligarquías se las han arreglado, en especial con el poder que otorgan las armas y la fuerza bruta, para alzarse con el aparato estatal y de gobierno.

Ya para el caso de quienes tienen las mismas tendencias y son excluidos de los beneficios, oportunidades que ese mimo sistema ofrece, les queda el camino de la oposición en varias direcciones: se convierten en grupos políticos que aspiran al poder, conforman grupos de oposición armada cuando el estado se des-legitima a sí mismo al ser unos pocos quienes se alzan con el poder, mientras aparecen los llamados delincuentes, quienes identificados con el tirano buscan el poder por la fuerza. Hay un tercer grupo que no busca el poder en sus formas directas o ha renunciado a él debido a las inhibiciones internas


Caben aquí las palabras del poeta:


Aquí nos toca llorar mientras vemos al pobre pasar,

la impotencia carcome nuestro pecho
porque el derecho funciona muy lindo en el papel:
mientras la justicia cojea y pocas veces llega
el crimen campea, el juez como el diputado se unen al criminal
para salvar la santa democracia y como si fuera poca gracia,
entregan el país con tal de beber en la copa del potentado o
recibir la migaja que sobra en la danza del millón.[17]



Notas pie de página.
[1]
Camilo Romero, Del secuestro y Otras Muertes, 2003, p.21.
[2] Según Carl Sagan Y Ann Druyan en Sombras De Antepasados Olvidados. Bogotá: Planeta 1992.
[3] La creencia del retorno de los muertos es algo inconsciente en la actualidad y aparece bajo el mito de los muertos vivientes de las películas y de algunos duelos patológicos, entre los hombres primitivos era una realidad que llegó a cobrar una fuerza tal, entre algunos pueblos. que los egipcios, por ejemplo, construyeron los grandes sarcófagos de piedra para evitar el retorno de los muertos y enterraban a estos con sirvientes y provisiones para que pudieran sentirse confortables sin anhelar nada de lo que tenían en vida.
[4] Las oligarquías, obras completas tomo 1.
[5] Hay que ver a Uribe junto a Busch, parece querer escurrirse, se encorva y le hace la venia cual niño frente a su padre amado y temido.
[6] La Corrosión del Carácter. Mauricio Castaño, en el tiempo. Abril 29 del 2009.
[7] (p40).
[8] 26.838 sindicados de 62541 para el 2003 según estadísticas del Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario (INPEC)
[9] op cit p. 42.
[10] Citada por Gonzálo Sánchez G. et al, en Trujillo: una tragedia que no cesa.
[11] Ibid, p.22
[12] Lo del paréntesis es nuestro.
[13]Libia E. Ramirez. Psicoanálisis, Cultura y Contemporaneidad, un referente para leer las nuevas formas de expresión de la violencia. En revista FUNLAM vol1,no2, feb. 1999, pg.79.
[14] Se refiere a la compra del voto de los diputados Yidis Medina y al parecer Teodolindo Avendaño por parte del gobierno de Uribe Velez.
[15] En entrevista concedida a Margarita Vidal, publicada en El País de la ciudad de Calí, el 25 de Enero de2009.
[16] Ignacio Martin Baró, citado en Ignacio martin Baró, 1942-1989, pag 4. http://www.uca.edu.sv/martires/ignaciomartinbaro.htm

[17]
Poema inédito del mismo autor de este texto.